¡Quién fuera el enmascarado maravilla!
Toda la vida, desde que recordaba, lo había admirado y amado de todo corazón.
Con sus hermanos entre almohadones veía en la televisión sus aventuras, donde siempre ganaba, era el más fuerte, el más astuto y más gentil. Enmascarado Maravilla. Rita, la que los cuidaba, usaba aquellos programas para mantener a sus hermanos tranquilos. Había pasado mucho tiempo desde entonces.
La primera vez que usó el antifaz negro fue en una fiesta de disfraces, y entonces le aplaudieron, saltaron y celebraron, todos muy felices de su ocurrencia. Pensó que le quedaba muy bien. Fue muy solicitada aquella noche, pero había escapado feliz a todos aquellos requerimientos. Al siguiente fin de semana volvió a ponérsela frente a sus hermanos y salió así a la calle; no le dijeron nada sino a la tercera, cuando la descubrieron escapándose de noche, trepando por los muros del barrio y asechando a los vecinos acurrucada en alguna rama, las uñas bien clavadas sujetándose. Al volver a casa tuvo que enfrentarse a todos sus hermanos. Discutieron, pelearon, pero ella se mantuvo firme. Llamaron a la madre y se acabó su suerte: de un manotazo la tuvo callada y llorando en un rincón; ¡incluso amenazaron con inmiscuir a Rita!
Pero ya no podía olvidarlo... Soñaba con el Enmascarado Maravilla, con ir a su lado, subirse a su avión de madera, dormir bajo la luna junto a él, sobre él... Y al llegar a este punto se clavaba las uñas en las mejillas y el cuello, porque le daba vergüenza y porque era pervertido. ¡Sí que lo era, y no podía contarle eso a la familia!
Un mes después, escondida, volvió a las andadas. En esa salida fue la primera vez que ayudó a alguien. Era noche oscura y ella esperaba, enmascarada, sobre la rama de un árbol; esperaba cualquier cosa, nada, tal vez que pasara su amor platónico por las calles enderezando líos y problemas. Una motoneta usada para envíos de comida subió a la acera y corrió por ella un trecho. Ni siquiera ella con su vista pudo ver al pequeño que tuvo la mala fortuna de salir corriendo de un edificio en ese momento. Era un jovencito de color oscuro que recibió el impacto con la cadera, rodando por el suelo y golpeándose la cabeza. La calle estaba vacía, nadie había de testigo; el conductor miró hacia atrás un segundo, luego nervioso a los lados, y se marchó con rapidez. Saltó ella con agilidad natural auxiliando al pequeño: Carne, hueso y algo más salían por la herida. El pobrecito no gritaba, parecía estar conmocionado por el golpe y el espanto que le causaba ver sus huesos blancos. Tampoco ella se sintió bien, y ante la duda fue corriendo a su casa buscando sobre todo a Rita. Gracias a eso hubo atención médica rápida, aunque jamás pudo saber el resultado final.
Con el culpable fue otro asunto. No intentó decirle nada a Rita, era asunto que resolvería ella misma, y lo resolvió dañándole un ojo. Aunque le había costado muchos días de vigilancia, finalmente lo tuvo una noche a su alcance durante otra entrega; corrió sobre un muro envuelto en sombras y cayó sobre él desde arriba, apuntando al rostro y al ojo. Había practicado y no falló. ¡Gritaba terriblemente el malvado! Eso la asustó y puso terreno entre ella y el resto, hasta que saltando por los muros se consideró muy a salvo. Y esa vez sí pudo confirmar el resultado.
Empezó a ser famosa al este de la ciudad, y todas las noches recorría mucho terreno. Cuando encontraba algo que creía una injusticia, actuaba; y cuando no, se dejaba ver unos segundos en alguna calle transitada, antes de regresar a escape internándose en callejones y subiendo a muros y techos. Una vez sin embargo, la sorprendieron unas niñas que la siguieron hasta un parque y solo le quedó trepar a un árbol alto, escondiéndose entre el follaje. Como era noche cerrada le resultó, y en media hora las niñas se habían ido.
Las historias debían llegar a su casa y eso la ponía nerviosa, tensa cuando se presentaba su mamá, y preocupada si Rita estaba de mal humor. El primero que habló fue su hermano tranquilo, el hogareño.
—Estás mal, Lílit. Es una fantasía, siempre lo fue. El enmascarado maravilla no existe.
—Existe. No es tan difícil como creen.
—Era televisión. No te hundas en esa fantasía por favor. Te apoyamos.
—No, no lo hacen. ¿Me ayudarás a encontrarlo?
—¿Es que no escuchas lo que dices? ¿Crees que madre lo permitirá?
—Seguiré usando la máscara hasta saber de él.
—¡De él, de una imagen de la televisión!
—Lo amo.
—Pero loca... si por... un extraño milagro existiera, si de verdad hubiera Enmascarado Maravilla, ¿qué crees que haría contigo, una gata? Es un perro, Lílit.
—Lo deseo. Será mi pareja.
—Mamá no lo permitirá.
—Uso la máscara. Ella ya no importa.
—Rita no lo permitirá.
Entonces tuvo que quedarse callada, clavándose las uñas en las orejas. Porque con Rita no podía. Imposible herirla, inconcebible resistir a su voluntad. Siempre los había protegido, la casa era un santuario para ellos pero... cuando por fin decía una palabra, era absoluta. La gata madre una vez se rebeló y había sido arrinconada, castigada, encerrada y obligada a obedecer.
Rita no, y miró al hermano con ojos suplicantes.
—No necesitas mirarme así. Porque el Enmascarado Maravilla no existe, Lílit.
Otro día encontró una foto de su amor en el periódico, a color. Era como salía en la tele, Snoopy con sus amigos. Tomó la hoja y la escondió en su sitio, un rincón del clóset; de día cuando descansaba miraba la imagen, y si estaba sola ronroneaba mucho. Tal vez por eso se dio cuenta su madre.
—Ya eres mayor, eso lo entiendo. Sé que pasaste tu primer ciclo, tus hermanos pelearon bastante para que nadie te molestara el mes pasado.
—No tiene nada que ver con eso.
—La próxima vez no te esconderás.
—¡Madre!
—No te preocupes, te enseñaré un método para no embarazarte en esta ocasión. La tercera vez será inevitable, pero estarás fuerte y preparada. Tendrás hijos sanos, adecuados para la gran guerra.
—¿Cómo puedes decir eso mamá? ¿No te interesa lo que yo quiero?
La zarpa de la gata mayor despeinó la cabeza de la pobre hija.
—¿Lo que quieres? ¿Eres estúpida? ¿Te vas a reproducir con un perro, infeliz?
—Lo amo.
—¡No amas a nadie! Pero tú no me vas a fallar. Eres mi única hija, esencial para sobrevivir cuando los humanos desaparezcan. Perros y gatos lucharán por la ciudad. Falta muy poco para que el clima los mate... La naturaleza no perdona.
—¿Y yo soy la estúpida? ¡Rita y los humanos nunca morirán! Hemos escuchado tu parano...
La garra de su madre le cerró la boca, dejando surcos de sangre delgados como la seda.
—Te odio mamá.
—Te amo, Lílit. Obedecerás.
—No.
La madre se le echó encima, cerrando su mandíbula sobre el más delicado cuello de la hija.
—Te dejaré salir enmascarada, Lílit. ¿O quieres que Rita te la quite?
—No aceptaré ningún gato, ¡les saco los ojos primero!
—Eso es problema de tu futura pareja. Tu resistencia será garantía de fuerza para la prole...
La madre cumplió su palabra y pudo salir enmascarada día y noche, con gran alegría de los humanos con que se encontraba. Rita le tomaba fotos. Su fotografía salió en un periódico local, y entonces pudo colocar su imagen junto a la del Enmascarado Maravilla, ambos en papel de periódico. Sus hermanos empezaron a llamar altar a su escondite, donde dormía contemplando aquello. Pero no eran malos... la ayudaron mucho cuando llegó su segunda temporada fértil. Todos la protegieron, pero fue su hermano Oso quién más se esforzó. Era naranja y poco maullador. Se plantó bajo el árbol donde ella había subido y no hubo gato que pasara sus defensas. Cuando salía a beber sus hermanos jugaban con ella a sus juegos de enmascarada, saltando escondidos de rama en rama, siempre a las sombras. Fue feliz.
Su madre se encargó de destruir su esperanza familiar:
—¿Qué crees que haces, insensata?
—No me hables, no te hago caso...
—¿Quieres desgraciar a tus hermanos?
—Mis hermanos no son como tú...
—Esta vez han aguantado. La próxima vez no podrán y se lanzaran sobre ti.
—¡Madre!
—Esa es la vida de los gatos, ¿qué esperabas? Si no consigues pareja, uno de ellos te hará suya. Todos ya lo pensaron, ¡ya lo sintieron, no despegan sus ojos de ti! Y quien peligra más es Oso. Estuvo a punto de hacer una locura hace unos días... le debe una a Ponyo, que lo atajó.
—¡Oso! Él...
—Hice cuanto pude por ti, Lílit. Ahora debes buscar pareja, o irte lejos, muy lejos, donde tus hermanos estén a salvo de ti.
Le quedaba muy poco tiempo con su familia. No se entregaría a nadie, solo al Enmascarado Maravilla de la televisión. Era hora de buscarlo.
Consiguió que Rita le comprara un collar azul muy bonito, antipulgas. Le ayudaría y serviría para llevar sus fotos.
—¿Dónde vive el Enmascarado Maravilla?
“—No vive, tonta.
—En Estados Unidos, hermana preciosa.
—Dentro de una subcultura del siglo 20.
—En tu corazón”.
—Ponyo, ayúdame. Hermanos...
“—¡No te vayas Lílit!, yo te protegeré...
—No permitiré que te vayas solo por mamá.
—¿Por qué me tienes miedo?
—Lílit, nadie sabe dónde vive porque está enmascarado. Pero el periódico, ¿recuerdas?, se imprime en C... Debe vivir cerca,
pues de otro modo no conocerían sus aventuras. Y si no, al menos sabrán dónde vive”.
—¡Ponyo!, ¡Ponyo! ¡Gracias, gracias a todos!
Salió corriendo la gata enmascarada, sin saber que había recibido una mentira astuta de su hermano. Le tomó muchos meses llegar a la ciudad, y pasó un año antes de encontrar las oficinas del periódico. Para cuando se convenció de que nadie sabía nada de su amor platónico, ya tenía fama de violenta, salvaje y loca. Ciertos humanos trataron de envenenarla una vez: ya no les parecía graciosa con su máscara, porque no era la gatita de antes sino una adulta que reventaba de deseos de aparearse. Le quemaba. La última vez que estuvo en celo se había arrojado al río permaneciendo día y medio mojada hasta el cuello. Estaba segura que la próxima vez sería ella quien tomaría un macho, uno pequeño, como recordaba su memoria a sus hermanos, y lo obligaría a cubrirla toda la noche.
Pero no quería.
Recorriendo toda la ciudad, finalmente había encontrado un perro blanco con manchas negras, de hocico prominente, muy parecido a su Enmascarado Maravilla. Robó ropa interior femenina de un tendedero, porque con elásticos era mejor; con sus uñas y dientes fue pacientemente cortando y juntando pedazos, hasta conseguir otra máscara de color negro. Miró una vieja foto amarillenta y arrugada por la humedad, asintiendo con la cabeza. Unos días antes de que empezara el celo, trepó sobre el muro de aquella casa donde vivía el perro. Era bravo y estuvo ladrándole media hora, hasta que un humano le lanzó hielo y tuvo que bajar del muro. A las cuatro de la tarde volvió a subir. El perro la miró atentamente, al acecho. Ella dejó caer de su boca la máscara maravillosa.
—Póntela.
No se movió el can. La miraba casi sin pestañear, esperando...
—Póntela y bajo. Quiero bajar.
El perro enseñó los dientes. Se escuchaba su respiración cavernosa, agorera.
—¿No te parezco bonita enmascarada? ¿No deseas morderme el cuello?
Levantose por fin el enemigo de los gatos, se acercó al trapo y jugó con él un tiempo, olfateando y husmeando. Ambos no dejaban de mirarse, con toda la paciencia de que eran capaces sus razas. Una hora después, el perro se puso la máscara de forma chapucera y caminó al centro del patio, donde un árbol y un rosal lo ocultaban de la casa. Sabía el perro que era mejor que sus amos no vieran lo que iba a pasar. Lílit bajó sin miedo; el perro levantó las orejas, aguantando las ganas de lanzarse. La gata se acercó contoneándose, tratando de ser bonita, aunque ya era grande y pasados los primeros celos. Estuvo pronto frente a él, le respiraba en la cara. Se levantó en dos patas y le acomodó un poco la máscara. Se retocó la suya, mirándose en los ojos del perro.
“¡Ay Enmascarado Maravilla, ¿por qué no apareciste?! ¡Tanto amé un sueño! Mírame
ahora dónde quiera que estés, como me entrego a una sombra tuya, y me harán pedazos, antes que
traicionar lo que soñé”.
El perro entreabrió sus fauces, encogió las patas y preparó el salto. Lílit se encogió, clavó las uñas en el suelo, maulló bajito y bajó el cuello.
Nueve minutos después todavía se miraban, tensos sus nervios hasta romperse. El décimo minuto decidiría.
Fin
Toda la vida, desde que recordaba, lo había admirado y amado de todo corazón.
Con sus hermanos entre almohadones veía en la televisión sus aventuras, donde siempre ganaba, era el más fuerte, el más astuto y más gentil. Enmascarado Maravilla. Rita, la que los cuidaba, usaba aquellos programas para mantener a sus hermanos tranquilos. Había pasado mucho tiempo desde entonces.
La primera vez que usó el antifaz negro fue en una fiesta de disfraces, y entonces le aplaudieron, saltaron y celebraron, todos muy felices de su ocurrencia. Pensó que le quedaba muy bien. Fue muy solicitada aquella noche, pero había escapado feliz a todos aquellos requerimientos. Al siguiente fin de semana volvió a ponérsela frente a sus hermanos y salió así a la calle; no le dijeron nada sino a la tercera, cuando la descubrieron escapándose de noche, trepando por los muros del barrio y asechando a los vecinos acurrucada en alguna rama, las uñas bien clavadas sujetándose. Al volver a casa tuvo que enfrentarse a todos sus hermanos. Discutieron, pelearon, pero ella se mantuvo firme. Llamaron a la madre y se acabó su suerte: de un manotazo la tuvo callada y llorando en un rincón; ¡incluso amenazaron con inmiscuir a Rita!
Pero ya no podía olvidarlo... Soñaba con el Enmascarado Maravilla, con ir a su lado, subirse a su avión de madera, dormir bajo la luna junto a él, sobre él... Y al llegar a este punto se clavaba las uñas en las mejillas y el cuello, porque le daba vergüenza y porque era pervertido. ¡Sí que lo era, y no podía contarle eso a la familia!
Un mes después, escondida, volvió a las andadas. En esa salida fue la primera vez que ayudó a alguien. Era noche oscura y ella esperaba, enmascarada, sobre la rama de un árbol; esperaba cualquier cosa, nada, tal vez que pasara su amor platónico por las calles enderezando líos y problemas. Una motoneta usada para envíos de comida subió a la acera y corrió por ella un trecho. Ni siquiera ella con su vista pudo ver al pequeño que tuvo la mala fortuna de salir corriendo de un edificio en ese momento. Era un jovencito de color oscuro que recibió el impacto con la cadera, rodando por el suelo y golpeándose la cabeza. La calle estaba vacía, nadie había de testigo; el conductor miró hacia atrás un segundo, luego nervioso a los lados, y se marchó con rapidez. Saltó ella con agilidad natural auxiliando al pequeño: Carne, hueso y algo más salían por la herida. El pobrecito no gritaba, parecía estar conmocionado por el golpe y el espanto que le causaba ver sus huesos blancos. Tampoco ella se sintió bien, y ante la duda fue corriendo a su casa buscando sobre todo a Rita. Gracias a eso hubo atención médica rápida, aunque jamás pudo saber el resultado final.
Con el culpable fue otro asunto. No intentó decirle nada a Rita, era asunto que resolvería ella misma, y lo resolvió dañándole un ojo. Aunque le había costado muchos días de vigilancia, finalmente lo tuvo una noche a su alcance durante otra entrega; corrió sobre un muro envuelto en sombras y cayó sobre él desde arriba, apuntando al rostro y al ojo. Había practicado y no falló. ¡Gritaba terriblemente el malvado! Eso la asustó y puso terreno entre ella y el resto, hasta que saltando por los muros se consideró muy a salvo. Y esa vez sí pudo confirmar el resultado.
Empezó a ser famosa al este de la ciudad, y todas las noches recorría mucho terreno. Cuando encontraba algo que creía una injusticia, actuaba; y cuando no, se dejaba ver unos segundos en alguna calle transitada, antes de regresar a escape internándose en callejones y subiendo a muros y techos. Una vez sin embargo, la sorprendieron unas niñas que la siguieron hasta un parque y solo le quedó trepar a un árbol alto, escondiéndose entre el follaje. Como era noche cerrada le resultó, y en media hora las niñas se habían ido.
Las historias debían llegar a su casa y eso la ponía nerviosa, tensa cuando se presentaba su mamá, y preocupada si Rita estaba de mal humor. El primero que habló fue su hermano tranquilo, el hogareño.
—Estás mal, Lílit. Es una fantasía, siempre lo fue. El enmascarado maravilla no existe.
—Existe. No es tan difícil como creen.
—Era televisión. No te hundas en esa fantasía por favor. Te apoyamos.
—No, no lo hacen. ¿Me ayudarás a encontrarlo?
—¿Es que no escuchas lo que dices? ¿Crees que madre lo permitirá?
—Seguiré usando la máscara hasta saber de él.
—¡De él, de una imagen de la televisión!
—Lo amo.
—Pero loca... si por... un extraño milagro existiera, si de verdad hubiera Enmascarado Maravilla, ¿qué crees que haría contigo, una gata? Es un perro, Lílit.
—Lo deseo. Será mi pareja.
—Mamá no lo permitirá.
—Uso la máscara. Ella ya no importa.
—Rita no lo permitirá.
Entonces tuvo que quedarse callada, clavándose las uñas en las orejas. Porque con Rita no podía. Imposible herirla, inconcebible resistir a su voluntad. Siempre los había protegido, la casa era un santuario para ellos pero... cuando por fin decía una palabra, era absoluta. La gata madre una vez se rebeló y había sido arrinconada, castigada, encerrada y obligada a obedecer.
Rita no, y miró al hermano con ojos suplicantes.
—No necesitas mirarme así. Porque el Enmascarado Maravilla no existe, Lílit.
Otro día encontró una foto de su amor en el periódico, a color. Era como salía en la tele, Snoopy con sus amigos. Tomó la hoja y la escondió en su sitio, un rincón del clóset; de día cuando descansaba miraba la imagen, y si estaba sola ronroneaba mucho. Tal vez por eso se dio cuenta su madre.
—Ya eres mayor, eso lo entiendo. Sé que pasaste tu primer ciclo, tus hermanos pelearon bastante para que nadie te molestara el mes pasado.
—No tiene nada que ver con eso.
—La próxima vez no te esconderás.
—¡Madre!
—No te preocupes, te enseñaré un método para no embarazarte en esta ocasión. La tercera vez será inevitable, pero estarás fuerte y preparada. Tendrás hijos sanos, adecuados para la gran guerra.
—¿Cómo puedes decir eso mamá? ¿No te interesa lo que yo quiero?
La zarpa de la gata mayor despeinó la cabeza de la pobre hija.
—¿Lo que quieres? ¿Eres estúpida? ¿Te vas a reproducir con un perro, infeliz?
—Lo amo.
—¡No amas a nadie! Pero tú no me vas a fallar. Eres mi única hija, esencial para sobrevivir cuando los humanos desaparezcan. Perros y gatos lucharán por la ciudad. Falta muy poco para que el clima los mate... La naturaleza no perdona.
—¿Y yo soy la estúpida? ¡Rita y los humanos nunca morirán! Hemos escuchado tu parano...
La garra de su madre le cerró la boca, dejando surcos de sangre delgados como la seda.
—Te odio mamá.
—Te amo, Lílit. Obedecerás.
—No.
La madre se le echó encima, cerrando su mandíbula sobre el más delicado cuello de la hija.
—Te dejaré salir enmascarada, Lílit. ¿O quieres que Rita te la quite?
—No aceptaré ningún gato, ¡les saco los ojos primero!
—Eso es problema de tu futura pareja. Tu resistencia será garantía de fuerza para la prole...
La madre cumplió su palabra y pudo salir enmascarada día y noche, con gran alegría de los humanos con que se encontraba. Rita le tomaba fotos. Su fotografía salió en un periódico local, y entonces pudo colocar su imagen junto a la del Enmascarado Maravilla, ambos en papel de periódico. Sus hermanos empezaron a llamar altar a su escondite, donde dormía contemplando aquello. Pero no eran malos... la ayudaron mucho cuando llegó su segunda temporada fértil. Todos la protegieron, pero fue su hermano Oso quién más se esforzó. Era naranja y poco maullador. Se plantó bajo el árbol donde ella había subido y no hubo gato que pasara sus defensas. Cuando salía a beber sus hermanos jugaban con ella a sus juegos de enmascarada, saltando escondidos de rama en rama, siempre a las sombras. Fue feliz.
Su madre se encargó de destruir su esperanza familiar:
—¿Qué crees que haces, insensata?
—No me hables, no te hago caso...
—¿Quieres desgraciar a tus hermanos?
—Mis hermanos no son como tú...
—Esta vez han aguantado. La próxima vez no podrán y se lanzaran sobre ti.
—¡Madre!
—Esa es la vida de los gatos, ¿qué esperabas? Si no consigues pareja, uno de ellos te hará suya. Todos ya lo pensaron, ¡ya lo sintieron, no despegan sus ojos de ti! Y quien peligra más es Oso. Estuvo a punto de hacer una locura hace unos días... le debe una a Ponyo, que lo atajó.
—¡Oso! Él...
—Hice cuanto pude por ti, Lílit. Ahora debes buscar pareja, o irte lejos, muy lejos, donde tus hermanos estén a salvo de ti.
Le quedaba muy poco tiempo con su familia. No se entregaría a nadie, solo al Enmascarado Maravilla de la televisión. Era hora de buscarlo.
Consiguió que Rita le comprara un collar azul muy bonito, antipulgas. Le ayudaría y serviría para llevar sus fotos.
—¿Dónde vive el Enmascarado Maravilla?
“—No vive, tonta.
—En Estados Unidos, hermana preciosa.
—Dentro de una subcultura del siglo 20.
—En tu corazón”.
—Ponyo, ayúdame. Hermanos...
“—¡No te vayas Lílit!, yo te protegeré...
—No permitiré que te vayas solo por mamá.
—¿Por qué me tienes miedo?
—Lílit, nadie sabe dónde vive porque está enmascarado. Pero el periódico, ¿recuerdas?, se imprime en C... Debe vivir cerca,
pues de otro modo no conocerían sus aventuras. Y si no, al menos sabrán dónde vive”.
—¡Ponyo!, ¡Ponyo! ¡Gracias, gracias a todos!
Salió corriendo la gata enmascarada, sin saber que había recibido una mentira astuta de su hermano. Le tomó muchos meses llegar a la ciudad, y pasó un año antes de encontrar las oficinas del periódico. Para cuando se convenció de que nadie sabía nada de su amor platónico, ya tenía fama de violenta, salvaje y loca. Ciertos humanos trataron de envenenarla una vez: ya no les parecía graciosa con su máscara, porque no era la gatita de antes sino una adulta que reventaba de deseos de aparearse. Le quemaba. La última vez que estuvo en celo se había arrojado al río permaneciendo día y medio mojada hasta el cuello. Estaba segura que la próxima vez sería ella quien tomaría un macho, uno pequeño, como recordaba su memoria a sus hermanos, y lo obligaría a cubrirla toda la noche.
Pero no quería.
Recorriendo toda la ciudad, finalmente había encontrado un perro blanco con manchas negras, de hocico prominente, muy parecido a su Enmascarado Maravilla. Robó ropa interior femenina de un tendedero, porque con elásticos era mejor; con sus uñas y dientes fue pacientemente cortando y juntando pedazos, hasta conseguir otra máscara de color negro. Miró una vieja foto amarillenta y arrugada por la humedad, asintiendo con la cabeza. Unos días antes de que empezara el celo, trepó sobre el muro de aquella casa donde vivía el perro. Era bravo y estuvo ladrándole media hora, hasta que un humano le lanzó hielo y tuvo que bajar del muro. A las cuatro de la tarde volvió a subir. El perro la miró atentamente, al acecho. Ella dejó caer de su boca la máscara maravillosa.
—Póntela.
No se movió el can. La miraba casi sin pestañear, esperando...
—Póntela y bajo. Quiero bajar.
El perro enseñó los dientes. Se escuchaba su respiración cavernosa, agorera.
—¿No te parezco bonita enmascarada? ¿No deseas morderme el cuello?
Levantose por fin el enemigo de los gatos, se acercó al trapo y jugó con él un tiempo, olfateando y husmeando. Ambos no dejaban de mirarse, con toda la paciencia de que eran capaces sus razas. Una hora después, el perro se puso la máscara de forma chapucera y caminó al centro del patio, donde un árbol y un rosal lo ocultaban de la casa. Sabía el perro que era mejor que sus amos no vieran lo que iba a pasar. Lílit bajó sin miedo; el perro levantó las orejas, aguantando las ganas de lanzarse. La gata se acercó contoneándose, tratando de ser bonita, aunque ya era grande y pasados los primeros celos. Estuvo pronto frente a él, le respiraba en la cara. Se levantó en dos patas y le acomodó un poco la máscara. Se retocó la suya, mirándose en los ojos del perro.
“¡Ay Enmascarado Maravilla, ¿por qué no apareciste?! ¡Tanto amé un sueño! Mírame
ahora dónde quiera que estés, como me entrego a una sombra tuya, y me harán pedazos, antes que
traicionar lo que soñé”.
El perro entreabrió sus fauces, encogió las patas y preparó el salto. Lílit se encogió, clavó las uñas en el suelo, maulló bajito y bajó el cuello.
Nueve minutos después todavía se miraban, tensos sus nervios hasta romperse. El décimo minuto decidiría.
Fin