Si empezó a robarlas fue porque ya estaba desesperada. Probablemente no hubiera otro ciudadano en Lápita que quisiera más compartir sus pensamientos y emociones. Porque era extremadamente tímida. Se le atoraba la lengua al hablar con extraños, apenas balbuceaba frente a chicos y una vez terminó llorando cuando alguien que le gustaba insinuó que ella no le era indiferente… y aun así se quedó callada. Se consideró eso como atenuante en el juicio, sin que le resultara de ningún provecho: la justicia de la isla en el cielo era demasiado severa.
“La joven se dejó seducir por el crimen”, aseguraron los fiscales del colegio mágico. Que lo saboreó antes de cometerlo, que planeó, con alevosía y ensañamiento. Expusieron su teoría a los jueces: Primero la acusada entró a trabajar en la biblioteca magitecnológica, con intención de contactar oficiales a los que manipularía; luego sedujo a la hija menor de una honorable hechicera cuyo nombre no se da por razones legales, y así terminó convirtiéndose en editora de libros mágico juveniles. Gracias a sus influencias y engaños consiguió la posición, a pesar de saber apenas nada del tema.
¡Oh, que la defensa gritó hasta quedarse ronca que aquello era imposible! Una timidona que apenas podía levantar el rostro en público, como observaron todos los presentes, ¿a quién iba a seducir? Ellos arguyeron lo contrario, que fue la menor de edad quién se enamoró platónicamente de su defendida, por el hecho de que sus padres y maestros la tenían casi internada dentro de aquella enorme biblioteca. Tal vez, dijeron, de alguna manera escuchó algún monólogo pronunciado por la acusada, a lo que era muy aficionada (testigos de sobre presentaron), y de ahí por su propia cuenta y riesgo le consiguió el puesto de editora.
Lamentablemente era la novela de la fiscalía contra la novela de la defensa. ¿Cómo saber la verdad?
De todos modos, el crimen nunca hubiera ocurrido si en la editorial le hubieran dado siquiera una oportunidad. Un escrito al margen aunque sea. Pero no se lo dieron.
Convenciéndose de que no estaba mejorando con sus habilidades oratorias, quiso la joven probar con las letras (casi tres años estuvo en eso), porque después de revisar tantas novelas ajenas le pareció que no sería demasiado difícil. Fue un fracaso. Llorando en el juicio explicaba que así como no podía hablar, tampoco le salía bien escribir para los demás. En cambio si tenía que copiar un texto, agregando imágenes y sensaciones mágicas ya determinadas, podía hacerlo en un santiamén. No era, por tanto, un asunto de deficiencia en el uso del lenguaje, sino una fobia real desconocida que le hacía sentir pánico ante la posibilidad de expresar sus sentimientos e ideas. Fue entonces cuando se desesperó, cosa que afectó su trabajo al punto de que ningún escritor quería trabajar con ella.
Aquí la fiscalía lanzó un ataque feroz, con interrogatorios ingeniosos, pruebas mágicas sobre dominio de voluntades y zombificación, transcripciones de cartas y hasta chantaje directo contra la acusada, porque estaba claro que si lograba probar el siguiente punto, el más difícil, tendría metido el caso en un bolsillo.
Resulta que, en vez de despedir a editora tan mala como se había vuelto, los jefes de la editorial buscaron toda una semana cómo dejarla en la compañía sin que los autores protestaran. Finalmente usaron como excusa su talento, todavía no atrofiado, para crear portadas con detalles mágicos para los libros. Le informaron del cambio y ella se encogió de hombros. Aun esto fue difícil, solo podían asignarla a autores novísimos, aquellos que no la conocían como editora. ¿Y qué tiene que ver el acomodo con el juicio?, pues que se comprobó fuera de toda duda que aquel proceso estuvo viciado, presionado y controlado por agentes externos en los que la señorita de antes, ya casi una adulta, hija de quien entonces era Gran Arcana Mágica y parte del gobierno, había tenido participación central.
La fiscalía afirmó que la acusada habría hecho uso de chantaje moral y sicológico para doblegar la voluntad de la menor de edad, que a su vez mantuvo en secreto de su madre todo el asunto, por miedo. Decían ellos que era la única manera de explicar el repentino interés de aquella por la acusada, después de casi tres años sin el menor contacto o mención; y sobre todo la intensidad y fervor con que buscó la ayuda de sus familiares y amigos, poniéndose en evidencia, con tal de conseguir que permaneciera en la biblioteca. Todos los testigos confirmaron que la señorita parecía demasiado mortificada, como si corriera algún peligro inminente. Por tanto hubo planeación, agravantes y daño a un menor, y no desconocimiento como aseguraba la defensa.
Tales argumentos calaban mucho entre los que seguían el juicio, pues el morbo los impulsaba a creer que la menor de edad habría cometido algún desliz grave con la acusada, en años pasados, y que ahora, casi una mujer hecha y derecha, intentaría a toda costa que no se supiera.
A estos alegatos apenas podía resistir la defensa. Considerando que la descripción de los hechos era correcta, avalada por muchos testigos, enfocó su discurso a convencer a los jueces de que otra óptica era posible, y otras muchas, por lo que habría una duda razonable y su defendida no debía ser condenada… Según ellos, no fue la acusada quien “de alguna manera, que los fiscales no lograban descifrar tampoco”, se puso en contacto sino al revés, que fue la menor quien de alguna forma seguía al tanto de su amor platónico y por eso se enteró de todo, y como enamorada al fin actuó en consecuencia. “¿Y cuál sería esa manera?”. Pues el mundo editorial. Que la menor pudo haber mandado relatos con seudónimo (cosa muy aceptada), y de esa manera entablar una relación epistolar. De modo que sabría de su situación, porque la misma acusada informó a todos los autores a su cargo que dejaría pronto su trabajo en la biblioteca. La señorita investigaría por su cuenta el resto y eso.
¡Sea cual fuera la forma, todo el escenario estaba listo para el crimen!
La portadista, desesperada por escribir y utilizando sus dotes para el diseño mágico, utilizó ciertos conjuros de borrado, los encadenó enlazándolos con un encantamiento de su invención (dicen que es una obra maestra), y los aplicó a toda novela que recibiera una portada suya.
Fue así como se convirtió en el primer ladrón de letras… una ladrona que pagaría sus pecados al mil por uno.
La cosa era simple: el hechizo terminaba robando los párrafos y oraciones que los lectores más repitieran con la mirada durante la primera semana, los sustituía por otro párrafo cualquiera del libro, y lo conseguido le llegaba a su creadora, a un cuaderno preparado para tales fines. Ella los acumulaba, los leía, los goloseaba, y si entendía que expresaban lo que quería gritar su corazón, lo pasaba a un manuscrito que pretendía presentar para que se lo publicaran. Llegó a tratar 25 portadas de esta manera, la mitad en revistas de relatos, la mitad en obras de autores nóveles. Ella declaró en el juicio que nunca pensó que estaba robando, más bien que “limosneaba ayuda literaria” de personas a las que nunca podría imitar… ni pedirles ayuda, pues no se atrevía.
Con lo que ella no contó fue con la realidad práctica de la vida. Hay que entenderla, que fuera incapaz de darse cuenta; una solitaria acostumbrada a pensar en términos de uno, en “yo y la biblioteca”, “yo y el libro”, “yo y los demás”… tenía casi el imperativo sicológico de pasar por alto lo evidente: LOS LIBROS NO SE GUARDAN SOLOS. ¿Es que se dedica un estante a un solo libro?, ¡rarísimo caso si ocurre! Más bien se agrupan en conjunto; incluso cuando no se ordenan en absoluto, su dueño termina por tirarlos a un mismo lugar.
Las portadas mágicas no sabían cuál era dentro o fuera. Por eso terminaron actuando sobre su contenido… y sobre las páginas que tenían a su lado. ¡Mala suerte que tuvo!; de alguna manera copias de todos los escritos en los que trabajó, fueron a parar a la biblioteca privada que usaba el Gran Consejo de Magia, el gobierno; dónde guardaban libros tanto de hechizos prohibidos como edictos secretos del estado de Lápita, que no debían estar del todo limpios teniendo en cuenta la persecución que se desató sobre la pobre infeliz.
¿Cómo llegaron ahí? La fiscalía insiste en que la propia acusada penetró al recinto y simplemente los colocó para robar hechizos heréticos. La defensa… simplemente negaba la acusación sin señalar otra posible causa. La única conexión posible era intocable, y la hija menor de edad de la Gran Arcana Mágica tampoco declaró. ¡Diez minutos de reflexión le tomó al jurado encontrarla culpable de todos los cargos!
Quedaba un punto, que fue el que terminó de hundirla: ¿dónde estaban todas las letras robadas? La acusada confesó haber escondido el cuaderno, pero también declaró haber borrado todo aquello que consideró nunca hubiera podido salir de su corazón. ¡Jamás lo entregó, ni bajo tortura! Decía que esa era su última esperanza, que entregarlo y morir era la misma cosa. La soledad la había desesperado hasta la locura.
--No me parece justo lo que hicieron. --No. En Lápita también ocurren injusticias. --Tía… ¿eso fue hace poco? --Hace 10 años. Ahora mismo sigue encerrada… en el pozo… -se recostó hacia atrás en el sillón, restregándose los ojos lentamente con ambas manos. --¡El fuerte Péndulo! --Congelada mágicamente… arrodillada, con una bata gris… los puños cerrados apoyados en las rodillas… --Tía… —… con el pelo cubriéndole los ojos. Esperando. --¡Tía! –el jovencito la miraba estupefacto. --Esperando. Esperando poder susurrarle a alguien, escribirle a alguien esas… ¡MALDITAS LETRAS QUE SE ROBÓ!
El muchacho retrocedió un paso, asustado. La tía temblaba, apretaba sus ojos tratando inútilmente de detener el mar de lágrimas que hacía brillar sus mejillas, cayendo una tras otra sobre sus pechos. De repente se arrojó sobre él suplicante:
--¡Ayúdame Remi, sobrino querido! ¡Quiero confesar! Ayúdame a salir de aquí, ¡no le digas nada a la abuela, no! Eres un chico listo Remi… ¡REMI!
El joven la había esquivado, saliendo de la habitación segundos después. Por fin entendía el motivo de que aquella tía tan bonita e inteligente, que tanto le ayudara con sus deberes, estuviera encerrada toda la vida en el castillo Déneb. Mira que querer confesar un crimen pasado. ¡Demasiado buena había sido la abuela, Emperatriz Mágica de Lápita, ensuciándose las manos para salvar a una hija tan loca! Se detuvo, le parecía escuchar susurros…
“… un día… con mis propias manos. Yo… madre… ¡y te escucharé todo!, todo… de tus labios…”