Tomamos nuevamente un relato del pasado, lo repasamos, y lo ponemos en línea aquí, con su imagen para el mercadeo. Nació en la revista de relatos "No lo Leas", bajo el tema "carnaval". Aviso que la imagen es del ánime "Academia de Pequeñas Brujas: El Desfile Encantado" y poco tiene que ver con este relato. Salvo que sí hay un desfile...
Nueva Venecia
Si bien hay carnavales famosos como los de Río de Janeiro, el de Venecia, de Cádiz, o incluso menos famosos aunque bastante autóctonos como Oruro y Cajamarca, lo cierto es que hay un montón de ciudades, pueblos y villas que no tienen ningún carnaval y solo les queda darse un viaje a otro paraje, si quieren vivir la experiencia.
Una de estas mini ciudades (no le gusta a su gente que los llamen pueblo) es conocida con el fastuoso nombre de “Nueva Venecia”. El nombre lo tenía por culpa de la hija de un hacendado de los antiguos –de esos que eran dueños del pueblo entero-, que había perdido a su mujer y le cumplía a su hija todos los caprichos. Y esa hija era una lectora compulsiva y soñadora perpetua que se pirraba por los relatos de amor en la Venecia del romanticismo, los canales y palacios. De modo que cuando el hacendado quiso ponerle un nombre al pueblo que le pertenecía, acudió a su hija, porque era un hecho que él no sabía leer. Y como había un río por ahí que de vez en cuando se salía de su cauce, y como en ese río tenían un embarcadero, la chica le pegó el nombre y así se quedó.
Eso fue siglo y medio atrás.
La Nueva Venecia actual ya no le pertenecía nadie, sino que era una prospera pequeña ciudad que tenía un instituto técnico, una universidad, una escuela de arte, y todo tenía olor a pintura fresca gracias en gran parte a las nuevas leyes sobre extracción minera. Sus pobladores estaban muy orgullosos, mucho demasiado orgullosos. ¿Y cómo enlazamos esto con el pasado? Pues porque existe una descendiente de aquella chica soñadora del pasado y de esta hablaremos… en un rato.
En las últimas elecciones municipales había sido elegido alcalde un hombre joven que nunca había salido del pueblo. Este tipo se definía a sí mismo como un progresista, amante de las artes y las ciencias, y de verdad que lo era; solo que como no tenía educación universitaria muchas veces los proyectos se “tergiversaban” un poco. Por ejemplo, cuando decidieron hacer un estadio olímpico y de fútbol todo el mundo estuvo de acuerdo, pero pensando en el futuro crecimiento de la ciudad, terminaron construyendo uno para 25 mil personas en una ciudad de 30 mil. También el alcalde se las ingenió para que la escuela de artes tuviera salón para una sinfónica, y luego se las vieron canutas para encontrar músicos que la usaran. Todo tenía arreglo con dinero así que a falta de usuarios autóctonos, ponían avisos de empleos en la capital y al final siempre aparecían algunos. También mandó hacer estudios a futuro, cuando ya no se les ocurrían más obras que hacer, así que pronto tuvieron en sus archivos los planos para una nueva presa, un subterráneo y hasta un aeropuerto. Para terminar, ese nuevo alcalde era un tipo bastante frugal, que mantenía la corrupción en un mínimo, no empleaba la violencia como primera opción, y en general tenía muy buenas intenciones.
Un buen día de otoño ese alcalde y su equipo hacían una investigación científica en Google, encontrando que mucha gente comentaba sobre lo bueno que sería visitar el carnaval de Río de Janeiro. Luego vieron videos sobre distintos carnavales y que aun en las enciclopedias en línea se nombraban varios. Y por supuesto que se embarcaron en ese nuevo proyecto: Hacer, levantar de la nada un carnaval en una ciudad donde nunca lo habían celebrado. El alcalde se guardó sus secretas esperanzas de que en unos años Nueva Venecia tendría el mejor carnaval del país y quien sabe…, aunque era suficientemente cuerdo para no esperar tamaño éxito en el primer año.
Como nuestro hombre y su equipo eran personas progresistas, decidieron que una empresa tan compleja e importante debía contar con la participación de las cabezas más inteligentes y adecuadas al proyecto, de modo que le echaron la carga encima a la novísima Escuela de Artes Marieta Nina, construida con “el dinero del pueblo”, porque pensaron que nadie mejor que la escuela de danza clásica para diseñar la coreografía del desfile, y que debía ser el conservatorio de música quien decidiera el tipo de música que debía ser alentada. El tema general del carnaval de Nueva Venecia no podía ser un motivo religioso ni podía copiar los temas de otras ciudades: los ciudadanos eran muy orgullosos para eso y tenían cierta idea de la grandeza. Por eso se encargó a la academia de historia encontrar la justificación que resultara más adecuada, más divertida y más neoveneciana.
Que nadie se asuste: Nueva Venecia era pequeña, pero su gente no era tonta. La Escuela de Artes tomó la petición con seriedad y a todo le dio un matiz popular, así que no verían bailarinas con leotardo de puntillas por las calles.
En la escuela de artes había una marisabidilla muy famosa, aunque ella misma no estuviera consciente de esto último. Se llama Nieve, sin S, y es la descendiente de aquella antigua fundadora. Una muchacha de apenas 16 primaveras, de pelo negro y corto, peinado de la manera más simple posible; un rostro limpio, mirada clara y ojos negros; y… un cuerpo totalmente debilucho. No era una delgada y delicada modelo, ella era “flaca”, con huesos asomando alguna vez y costillas ofreciéndose delicadamente al tacto. Ahora, tampoco la tenía nadie por fea pues tenía lo suyo… y como parecía no importarle para nada la apariencia también caminaba con seguridad y estilo propio; solo que había una faceta suya que los compañeros no tomaban muy bien: ella era una completa y ferviente “otaku” de los mangas. De los mangas de amor y sentimientos. Para ella todo era el dibujo y por el dibujo se metió a la escuela de dibujo, y como creyó que sería útil para sus dibujos también se metió a la escuela de diseño y tomó algunas optativas en literatura. También asistía a sus clases normales de colegio y no parecía darse cuenta que todo el tiempo se le iba. La culpa de todo la tuvo una examiga que le mostró el primer manga romántico y sentimental a sus 13 años. Hay que elegir muy bien a los amigos…
Entonces a principios de invierno el alcalde pidió informes; los del departamento de historia mandaron su proyecto, la Escuela de Artes mandó todos sus maestros para conseguir la participación de la población, y los estudiantes quedaron a cargo de los diseños prácticos de la obra. No que tuvieran que armar nada… solo pasar los modelos y diseños a los talleres que el alcalde había pagado para el caso. Las cosas se complicaron mucho porque la población, que no sabía nada de carnavales y parecía importarles un comino, se mostró muy desanimada con el asunto. Y es que la buena voluntad no se consigue de un plumazo ni tampoco con dinero, aunque de lejos pareciera que sí.
Se informó de la situación al alcalde proponiéndole dejar el asunto para el año siguiente, pero ya dijimos que nuestro hombre era un tipo progresista…; se negó tajantemente a suspender nada, afirmó que todo gran viaje empieza con un paso y que la mejor manera de acostumbrar a la gente era enseñarles el hecho consumado. Esa noche la alcaldía discutió hasta la madrugada, hasta que por fin ambas partes cedieron: el proyecto solo para estudiantes de las escuelas; mientras que la Escuela de Artes se comprometía a tener diseños iguales a como se hubieran usado en el proyecto final.
* * *
—Prima… ¡primaaaa!
—¿… eeh? –apartó los ojos de la pantalla del computador, pero todavía tuvo que parpadear varias veces para volver al planeta tierra-. ¡Hola! Estaba haciendo bocetos para el carnaval. No me gustan mucho ni se me ocurre nada bueno. Vean, vean y díganme que tal…
Eran sus dos soldados, su primo de 10 años de parte de padre, y la prima de 10 años de parte de madre. Nieve los quería mucho desde que se habían juntado 3 años atrás, para una reunión de familiares donde ninguno se conocía. No era muy común que una chica de 13 se juntara con niños de 7 pero Nieve era así. En cuanto a los primitos, parecía un caso infalible de amistad a primera vista, en donde la niña seguía al muchacho en todo, pero si por algún motivo ella faltaba, se ausentaba, o tardaba, ya estaba él buscándola, llamándola o visitándola. Y Nieve era la jefa de los dos, por enamoramiento platónico del niño y admiración secreta de la niña, desde que la mayor la tratara como a una igual y le pasara todos sus dibujos para que opinara sobre ellos.
—¿Y tú vas a bailar, Nieve? –preguntó la chiquilla.
—Para nada –hizo un gesto terminante con la mano-. Las inteligentes no bailamos, para que te lo sepas.
—Cuentos… lo que pasa es que no quieres que te vean las piernas y el pecho –le dijo el niño sin mirarla directamente-. ¡Te da vergüenza!
—¿Yo? Yo no le tengo vergüenza a nada –se cruzó de brazos-, pero ¿quién te ha dicho que nadie va a bailar en sostenes y panti?
—Ya lo vimos nosotros en internet –respondió la chicuela-, todas iban bailando como… como no sé qué. Sin ropa.
—Pues vayan sabiendo, niñitos, que donde estoy yo se hacen las cosas como YO quiero. No habrá bailes de encueradas en Nueva Venecia.
—¿Y cómo será entonces? –le preguntaron los dos.
—Pues habrá mucho de esto –extendió el brazo derecho haciendo el símbolo de la victoria-, mucho de esto… -dio unos cuantos pasos raros junto a una levantada de pierna-, ¡y también algo de esto! –terminó dando unos saltitos moviendo sus huesudos brazos como olas y terminando todo en una pose donde se llevaba un índice a un ojo y les sacaba la lengua.
—¡Eso lo sacaste del ánime de L…! ¡Copiona!
—¡A callar! Solo la idea general. La interpretación es nuestra, de nuestro curso. Tiene muchas cosas inventadas… ¡inventadas por mí!
—Mira tú… -el niño le habló muy serio, sin acercarse ni moverse-, ahora todo el mundo habla del carnaval en el colegio.
—Claro, los de último año van a participar con una carroza, solo que aun no les termino el diseño…
—Pero hay un muchacho nuevo –la niña hablaba con las manos a la espalda, con alguna intención- que es de otro país. Está preparando por su cuenta una cosa…
—¿Una cosa?
—Es que él dice que en los carnavales de su país las cosas se hacen con agua –era el niño.
—¿Qué cosas… se hacen con agua?
—Todo –la niña-, que hacen globos de agua y los muchachos van por todo sitio con ellas. Juegan con ellas, con el agua. Quiere que nosotros también participemos.
—Tonterías… ¿cómo van a tener un carnaval de agua? –Nieve agarró a la niña por el brazo y la acercó hasta la computadora-. Busquemos a ver qué hay de cierto en todo eso.
Y pronto pudo ver videos donde, efectivamente, se jugaba con globos y pistolas de
agua. Los tres presentes miraban todo con la boca abierta.
—¿Pero no será peligroso? ¿Y si rompen un vidrio? –dijo la sensata muchacha.
—¡Jajaja!, ¿van a romper una ventana con un globo?
—Ni siquiera el agua de la manguera rompe una ventana.
Nieve se sintió algo tonta: “Claro, un globo no puede hacer el menor daño”.
—Hum. Eso parece… Veamos una cosa –tomó un paquete de mentas de colores que tenía por ahí y las desparramó sobre su cama; luego levantose a observar desde arriba-. Verdad que está muy colorida, muy bonita.
—Los muchachos dicen que van a jugar con los de otro colegio –el niño.
—Dicen que va a ser una guerra… -la niña la miró a los ojos.
—Esperen esperen… un momento que creo que me llega; sí, ahora no interrumpan porque los mato –se sentó delante de la computadora-. No creo que nadie haya pensado en eso nunca, enfatizar nuestra cultura fluvial por medio de globos de agua de colores. Los ponemos por todo el recorrido y en las carrozas. ¿Dicen que van a tirar los globos?
—¡Oh sí! -afirmó el niño con la cabeza- muchos globos. Ya nosotros compramos muchos.
La muchacha se imaginó todo: globos de colores colgando aquí y allá, el carro alegórico con globos y durante el desfile, ¡plaf! ¡plaf!... y el agua saliendo esparcida al cielo para luego caer como gotitas sobre la calle. Y toda la muchachada se sumaría al juego y sería como un carnaval popular, ¡y hasta quien sabe si todo el público se sumaba riendo a la celebración! Se emocionó demasiado y tuvo que agarrarse las orejas para bajarse de su nube.
—A ver, ¿donde compraron ustedes los globos? ¿Cuánto cuestan?
—Barato –dijo el chico, pero fue la niña la que tomó el dinero que Nieve le extendía-. En la juguetería venden pero mejor compramos ya porque se acaban.
—Pues vayan y no se detengan; si alcanza compra cien. ¡Eso sí, me van a ayudar a llenarlas cuando sea tiempo! He dicho.
Es una lástima que a Nieve, tan talentosa dibujando romances, no se le ocurriera hacer una prueba de campo sobre el efecto que producían aquellos globos de agua en la gente común.
* * *
También es una lástima que nuestra protagonista perteneciera al pequeño grupo de personas que se les hacía tremendamente difícil hablar con extraños. No que les tuviera miedo ni que fuera realmente tímida, sino que no hablaba porque… no encontraba que hubiera nada que decir. Y hay que entenderla, porque no son muchos, por cierto, los jóvenes que hablan de dibujo o mangas en sus conversaciones normales.
El día del desfile, que fue una tarde a principios de marzo, todo lo principal estuvo listo a tiempo y hasta probado, y solo los escolares se mantuvieron nerviosos, hiperactivos y ensayando. Nieve no tenía puesto en el desfile principal, pero había asistido bastante a los ensayos de la coreografía porque usaban muchas ideas suyas. Si hubiera sabido lo que pasaría... tal vez no hubiera ido a esa última práctica.
Dos muchachos de su clase hablaban en voz alta, por encima de la música de ensayo, mientras ella permanecía sentada mirando los preparativos:
—De ninguna manera vendrá. Lo intenté todo, todo.
—¡Si será loca! ¿Por qué diablos esperó hasta hoy para salir con eso?
—¿Quién sabe? Pánico escénico. Con decirte que no hubo manera de que saliera de su cuarto. Qué la disculpen, que está enferma.
—Yo la vi muy sanita… Mierda, ¿y ahora qué hacemos?
Nieve miró con desaprobación al maldiciente, que se amoscó pero no dijo nada.
—Hay que buscar una sustituta –respondió el otro-. Ese bailecito es enredado y no queda bien sin el grupo completo.
—Los de la Escuela de Arte son unos zopencos: ¿a quien se le ocurre hacer algo tan complicado? ¡Y encima de todo ni es tan bueno! Demasiado infantil.
—Algo.
—… -la chica los miraba por turno sin decir nada.
—¿No hay ninguna otra del curso que se sepa la coreografía?
Uno de los chicos bajó la cabeza en ademán pensativo y de esa manera cayó en la cuenta de que había una chica sentada ahí junto a ellos. Y que esa había estado ahí varios días…
—Nieve...
—¿… sí? –se sobresaltó un poco, su respuesta fue más un “¿estás hablando conmigo? ¡Qué raro es todo esto!”
—Tú te sabes la coreografía que le toca a nuestro colegio.
—… sí –de pronto se animó, aunque solo unos segundos-. ¡Por supuesto!, nosotros en la escuela de arte la hicimos. Yo soy la supervisora…
—¡Ajá! –saltó el otro muchacho-. Se acabó el problema. ¿Oíste que faltó Teresa? Nadie mejor que tú como remplazo.
—No. Lo lamento, yo no bailo.
Los muchachos se miraron.
—¿No sabes bailar?
—… no me gusta bailar, que es muy diferente –la chica arrugó el ceño.
—Las mujeres son natas en eso, no habrá ningún problema.
—No voy a bailar.
—¡Piensa en el curso…!, tú mejor que nadie sabe que será un tollo si estamos incompletos.
—No saldrá muy bonito, definitivamente -se le escapó.
—¡Ahora nos entendemos! Allí está el traje de Teresa recién lavado.
—Los entiendo. Pero no voy a bailar -mordió un poco el labio inferior.
Los dos muchachos se miraron unos segundos y luego se enfocaron en ella.
—… ¡¡¿Qué?!! –terminó alzando la voz viendo que los chicos seguían mirándola.
* * *
—No, no voy a bailar. No sueñen. No sucederá.
* * *
Al final terminaron haciendo un trueque: otra de las muchachas, que llevaba un papel secundario en la carroza, estuvo dispuesta a intentar con el bailecito principal si Nieve la sustituía. Como apenas debía moverse un poco y saludar al público, Nieve no tuvo excusas para resistir a los muchachos y acabó con un vestidito azul y verde, de falda cortita, y un penacho de plumas del mismo color en la cabeza. Por primera vez se dio cuenta que un diseño podía verse genial siempre y cuando no le tocara a uno mismo vestirlo.
Después de una frugal comida salió toda la comitiva hasta el punto de reunión. Se podía ver la avenida elegida preparada para el desfile y a pesar de los malos augurios del comienzo, las aceras estaban repletas de adultos y niños, más de estos últimos. Nuestra protagonista decidió poner buena cara y subió al carruaje, junto a dos chicas más y dos chicos también, pero cuando estuvo en su sitio vinieron un par de compañeros de clase trayéndole una gran caja:
—¡Ey, Nieve! –le vocearon-. ¿Y donde ponemos esto?
—¿Qué es?
—Los globos con agua que sobraron.
—¿No pueden dejarlo ahí?
—Se los llevan seguro. Ya se han llevado algunos.
—Pues… ¡pónganlos aquí! Aquí donde no se ve…
Hubo una introducción musical, discursos del alcalde, de promotores, del director del departamento de historia… todo muy bien pensado para aburrir hasta las lágrimas al mejor dispuesto. Además había mucho sol, que quemaba y mareaba. Se dio la orden de arranque y todo empezó a moverse, aunque los primeros participantes demostraron que la experiencia no se improvisa: apenas miraban al público de lo nerviosos que estaban. El colegio de Nieve era el último pero no tuvo que esperar demasiado porque solo eran seis carrozas, con igual número de bandas andando delante; ella podía verlo todo desde su posición pero no le interesaba demasiado. Al principio sí porque se oyeron un montón de risas, pero la gente después de un rato se comportó mejor y apoyaba a los pobres estudiantes en su esfuerzo.
Las primeras carrozas cruzaron la carpa del alcalde, que marcaba la mitad del trayecto. El terco amigo del progreso y su equipo no sabían mucho de carnavales así que no les pareció malo… solo algo aburrido y los bailes curiosamente infantiles. Entonces vieron como algo volaba más adelante y caía sobre los marchantes.
—¿Están tirando botellas? –preguntó al jefe de la guardia con tono sombrío.
—No –le respondió unos segundos más tarde-, son globos. Son solo globos con agua.
—¡Ah! Por un momento me preocupé. Mire, de las carrozas tiran globos también. ¡Qué novedad!
Uno de los globos había hecho diana en pleno rostro de un muchacho que cargaba una trompeta, y fue tal el golpe que en toda su vida lo vería vengado; pero al menos haría el intento: dejó la formación y se lanzó a quitar los globos que tenía la carroza colgados aquí y allá, para lanzarlos a todo aquello que le pareciera. Y por supuesto, tal acometida solo logró que una pandilla de chicos se las tomara con él... ¡y contra toda la procesión! Varias chicas empezaron a gritar y hubo una desbandada general entre los que iban a pie, pronto secundada por los que iban en la primera carroza y quedó el carro solo y desamparado terminando la ruta.
La música de cada carroza impedía oír los gritos así que Nieve, que miraba todo desde su sitio en lo alto, no tenía la menor idea de lo que estaba pasando. Entre ellos se hicieron señales y le indicaron al conductor que siguiera todo normal.
Cuando los muchachos atacantes empezaron su ofensiva contra el segundo carro el frente de batalla se amplió y fueron atacados varios grupos a la vez. Solo que la resistencia fue más organizada y desde las primeras de cambio los estudiantes del desfile –incluso algunas chicas-, iban a por sus propios globos y siendo niño que se ponía a tiro le estampaban su globo, y de rebote mojaban a todo el gentío alrededor. Lamentablemente el público estaba lleno de escolares deseosos de participar en la batalla, así que por cada baja salían muchos más y con provisión infinita de bombas; los de las carrozas tendrían apenas dos o tres decenas y cuando se acababan, voluntariamente se desbandaban y salían por los laterales a perseguir a los más chiquitos. ¡Ninguna carroza lograba llegar al final del recorrido con sus ocupantes!; no digamos nada de los que iban a pie.
Y entonces ocurrió algo raro: los de las primeras carrozas estaban muy enojados por el asunto, pero las tres últimas no cabían en sí de gozo. Marcharon, hicieron su baile y mantenían la música al máximo, pero desde que pasaban por delante del alcalde dejaban sus puestos y se atrincheraban en las carrozas, globo en mano. ¡A estirar el brazo! Y como en un juego de guerra la pasaron fenomenal, hasta que vencidos por la falta de municiones y el ataque de los enemigos al final iban bajando, cada vez más cerca del final del recorrido, de modo que muchos les aplaudieron como a héroes por su resistencia heroica.
En cambio Nieve estaba muerta en vida viendo como los globos volaban. Ella había sido la de la idea, todo el mundo lo sabía; ¡pensarían que ella era la culpable y tal vez con algo de razón! ¿Cómo podía terminar de esa manera la mejor de las intenciones? Tal vez la expulsaran de la Escuela de Artes, quien sabe si del colegio… Pero un globo que estalló a un metro de su cabeza la sacó de su ensimismamiento. ¡La última carroza estaba siendo atacada! Se agachó y vio que varios de sus compañeros estaban igual, respondiendo con bríos. Nerviosa vio luego a un grupito de niños acercarse por la izquierda, y sin saber lo que hacía tomó dos globos y los arrojó: se dispersaron.
—¡Oigan, oigan! –llamó a sus aliados-, ¡aquí hay muchos globos, tomen si quieren!
Entonces empezó la última batalla. Los defensores desde que atisbaban algún grupo le entraban a bombazos para impedir que se organizaran, además los atacantes estaban algo escasos de munición. Cuando vieron que la carroza se acercaba al final ¡toda la chiquillada se lanzó a correr!, buscando donde sea globos para arrojarles y de paso recibiendo globasos que dejaron a muchos adoloridos y a los más pequeños llorando. Del gentío, que había retrocedido algo, se alzó un vocerío indescriptible que Nieve no entendía y le hacía desear estar muy lejos de ahí, segura que la expulsarían de Nueva Venecia como“persona no grata”.
Finalmente la carroza tomó la curva que marcaba el final del recorrido. Nieve, otra chica y dos muchachos habían terminado el desfile. Suspiró en su atalaya. A su alrededor, la carroza adornada con 100 parches de colores, los restos de la batalla. Cerró los ojos, cansada.
Sintió que la tomaban y jalaban de la cintura sin poder hacer nada. Los ojos se le nublaron cuando se sintió alzar en vilo hasta quedar sobre los hombros de alguien, en medio de un bullicio atronador, música incoherente y el grito de cientos de niños que se habían lanzado a la calle correteando como posesos. Nieve intentó gritar alguna cosa pero se sentía desfallecer a causa de los nervios y el cansancio. Hasta que de repente la bajaron -más bien la dejaron caer- sobre una tarima de madera. Un círculo fatal se abrió alrededor de ella y un hombre con micrófono empezó a pedir silencio. Tardó un minuto en reconocer al alcalde, que hablaba con su jefe de guardia y el decano del departamento de historia. Se preparó para lo peor:
“Es mi fin… ¡Todo parece tan irreal!, lo que daría porque todo fuera una pesadilla… Mi sueño de mangaka, mi sueño… se termina ahora…” Y estaba tan emocionada que hasta una lágrima se le escapó.
—¡Ciudadanos de Nueva Venecia! –empezó el alcalde-. No creo que haya la menor duda en que la bachiller Nieve Carolina Valente sea nombrada, por ovación popular… -el alcalde extendió el micrófono al público, que respondió con un montón de aplausos-, ¡nuestra primera Reina del Carnaval!
—No sé de qué está hablando... –logró balbucear ella pero nadie le hacía caso.
—¡Por idear el carnaval más divertido que sin duda se haya hecho en el país! Le ha dado una gran alegría a nuestra ciudad, señorita Nieve; ¡de ahora en adelante nuestro carnaval crecerá y será siempre participativo! –ovación del público–. Desde mañana y en lo venidero la alcaldía nombrará, a la reina de nuestro carnaval, durante un año... ¡¡Reina de Nueva Venecia!!
Fin