Sobre la imagen: Pertenece al ánime Space Dandy.
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Este relato, según cree recordar su autor, fue directo a un foro, para un concurso -que no ganó- sobre relatos de romance convocado por la Asociación de Escritores del foro de Fanfics de MCanime. Completamente de aficionados, pero con muchas ganas de escribir y leer. Tenía su fama en aquel entonces, la página de MCanime, dentro de su mundillo.
Pero el asunto es que fue el primer relato que el autor escribió enfocado en ese tema; le entusiasma poco los romances como argumento central. Aun así lo considera relato propio, escrito con ganas y como mejor le pareció en ese momento. Fue revisado cuando se presentó como colaboración para la difunta revista en línea ¡No lo Leas!, y es esa versión, repasada, la que pondremos acá.
¿NUNCA MIRAR ATRÁS?
--¡Pero dime por qué no! ¿De verdad ya no se puede arreglar esto?
--No. Lo siento pero ya no quiero. ¡Se acabó!, ¿comprendes…? –la joven mujer se enojó al notar debilidad en su voz-. ¡Me harté, y se acabó! ¡VETE! ¡No quiero verte más!
El joven, de 27 años, se dio cuenta que era verdad. Ella no se retractaría. Todo había terminado, sin importar motivos. Sintió como le hormigueaban las manos y decidió, tristemente, que esa noche su mundo era solo la palabra “vete”. Tomó un poco de aire y se acercó lentamente al estante, sin mirarla. Agarró aquel libro que había llevado un mes antes y que habían leído juntos. Fue lo único suyo que pudo recordar. ¡Y qué le importaba a él el maldito libro! Solo quería llevarse un recuerdo… Giró el pomo de la puerta, pero su brazo se detuvo sin abrirla. Giró un poco la cabeza y miró hacia atrás; se arrepintió: La joven, serena, sin apenas moverse, lo miró con ojos duros y un segundo después levantó su brazo derecho, señalándole la salida. El hombre apretó los dientes, frunció el ceño, le echó una última mirada de desprecio y salió. “No derramaré una sola lágrima por ti”.
Ella esperó. Un minuto entero esperó sin moverse, sin despegar los ojos de la puerta. Luego, lentamente, tomó mucho aire y suspiró. Ya estaba. Ninguna mujer podría jamás decirle que había sido débil. Había dolido. Un poco. Pero ya estaba hecho, ¿verdad? Con pasos calmados fue hasta la nevera y llenó su vaso preferido con agua, se apoyó ligeramente en el armario de las ollas y empezó a beber de a sorbitos.
“Al final no había insistido tanto, ese idiota. Después de estos dos años… cualquiera hubiera esperado que insistiera con más fe. Una prueba más de que los hombres son así, que no les importa nada”. Con el vaso en la mano caminó mucho más tranquila, devuelta a la sala. Recordó el libro aquel. “Pero que idiota. Como si me importara a mí el librito ese. ¡Uy, cuanto me estás quitando! Yo puedo comprarme mil libritos así. Es un tacaño. Siempre lo fue.” Cayó en la cuenta que tenía puestos los aretes esos, de larimar, que él… Se los quitó tan rápido y tan sin cuidado que se hizo daño. Los miró un momento. “Claro, él quiere llevarse sus cosas, ¡pues que se lleve esto también! ¡No quiero nada suyo! Que no se atreva a decir que le debo algo”. Miró un momento por la habitación, vio su sombrilla y se decidió. “Ahora mismo voy y se los tiro en la cara. ¡Aún debe estar camino a la estación! Lo alcanzo ahora mismo, para que…” Pero antes de llegar a la puerta se detuvo en seco. “Que tontería…, pero si no vale la pena tomarme esto tan a pecho. Tonta… ¿a qué iba a ir? ¿a oírlo gritar y rogar en la calle? ¡Jajaja! Ni loca. Esto hay que botarlo al tacho de basura. Si le interesa, que los busque ahí. No vale la pena.” Increíblemente, aún conservaba el vaso en la mano, pero vacío. “¿Ya me lo tomé todo?” Dejó el vaso en una mesita cercana, junto a los aretes que llevaba en la otra mano.
Fue a su sillón favorito y se dejó caer. Se sentía cansada. “Él jamás volvería a buscar los regalos. Con un año de conocidos y otro de novios, ya se puede saber. Sus regalos eran sinceros. ¡Es un estúpido y un egoísta! ¡EGOÍSTA! Pero mentiroso no. Bueno, pero él también tiene cosas mías. El reloj que tenía puesto era el que le regalé. De eso no se acordó. Solo se acordó del librito ese, porque le conviene. Un reloj digital, solar, de qué sé yo cuantas funciones. Le gustaban esas cosas.” De repente se dio dos palmadas en las mejillas, se levantó y caminó a su cuarto. Volvió con su cartera rumbo a la puerta, pero al pasar por su sillón decidió sentarse un momento. “Debería salir a comer. Liberar un poco de estrés… Un rompimiento es un rompimiento. Cualquiera llama a Laura y la invita. Pero no tengo ganas de que me ande preguntando ¿qué te pasa? como una boba.” Le sacó la lengua a la Laura ausente. “Además que yo no soy tan débil. No tengo por qué comer nada. ¡Al diablo, no como nada! Ni que fuera una estúpida adolescente. ¿A los hombres también les dará ganas de comer? A estas alturas, si no se detuvo a comer antes, el metro ya debe estar llevándolo a la estación cerca de su casa. Comerá pronto. Yo podría tomar un taxi y ganarle todavía”.
Se estiró en el sillón, echó la cabeza hacia atrás y quedó mirando al techo. Con los pies se quitó los zapatos. Trató de mantener su cabeza en blanco y por 5 minutos lo consiguió. No quería pensar ni recordar. Mejor era olvidar. Sería más rápido. Poco a poco fue deslizándose en el sillón hasta quedar hundida; la falda, de vuelo amplio, se le había corrido bastante. Tironeó un poco un mechón de su negro cabello. Miró con desgano su muslo izquierdo, no quiso enderezarse y permaneció así. “Es bonito” pensó; y aunque no quería, pensó otra cosa: “Algo anda muy mal conmigo…” Dio un estirón a la derecha sin levantarse del mueble, buscando el vaso que había dejado en la mesita: había olvidado que estaba vacío. Lo tomó desilusionada, sin saber qué hacer con él. Entonces sus ojos se posaron en un periódico pequeño, de los gratuitos que reparten en la calle y para colmo, de una fecha pasada. Lentamente lo reconoció, y lentamente se fue llenado de odio.
--Maldito… ¡Todo es tu culpa! –dejó el vaso y tomó el periódico, maltratándolo-. MAL… DIII… TOOO…- con furia hizo una bola con el periódico y lo arrojó-, no sabes lo que arruinaste.
Recordó como hace una semana, aquel a quien ella…, había llegado con ese periódico en la mano, sonriéndole. Una gran posición, había dicho. Por fin ejercería su profesión, licenciado en economía y nada menos que en el banco más grande del país. Eso, claro, dependiendo de la entrevista de mañana. Tan contentos estaban los dos que casi hacían el amor, pero ella no estaba tomando las pastillas y él no traía protección…
--¡Jajaja! –no pudo evitar reírse, al recordarlo.
Al día siguiente traía la noticia. Hasta entonces, él no ganaba mucho y ella siempre debía ayudar a pagar cuando salían. Era contable y ejercía. Pero ahora sería diferente. Su salario, si aceptaba, sería casi el doble de lo que ella ganaba. Ya entonces le pareció notar su egoísmo. Demasiado alegre. Entonces, hace dos días, le avisaron que el puesto era en una sucursal… en otra ciudad. Lejos. Muy lejos. Ella no dijo nada. Él, muy preocupado, le dijo estar pensando lo que iba a hacer. ¿Estar pensando? ¿Es que de verdad lo estaba pensando? No opinó nada ni dijo nada, pero en su interior estaba muy desilusionada. Él se fue, prometiendo traer la respuesta al día siguiente.
Su respuesta le resultó tan difícil de tragar que lo consideró el colmo del egoísmo, pidiéndole ella un día para pensarlo. Le había pedido, todo entusiasmado, que se fuera con él. Que por fin podrían mudarse juntos, o incluso casarse si lo deseaba. Pero ¿y ella? ¿Y su trabajo, su familia, sus amigos, su carrera? Cuando le pidió un día, no era para ella pensar, era para él. Pero la tercera era la vencida. Era el día de hoy. ¿Cómo podía ella, una profesional con futuro y aspiraciones, renunciar a todo lo conseguido por un hombre? Él era el más egoísta de ellos, por siquiera pedírselo. Así se lo había dicho, y él se hizo el inocente. Y todo había acabado. Ese tarado… había elegido el dinero por sobre ella. “Todos los hombres son iguales.”
Se enderezó de golpe, en su sillón, y nerviosa miró hacia abajo. Una gota calló sobre su falda.
--No –sintió un hilo que le surcaba la mejilla. Más lágrimas se abrieron paso-, ¡no… no… nooo! –se llevó las palmas a los ojos tratando de detenerlas, pero tuvo que quitarlas, completamente humedecidas.
Se levantó, se puso los zapatos y nerviosa caminó a la puerta. Tomó su blazer blanco y giró el pomo, pero se detuvo. Miró hacia atrás, hacia el reloj grande de la cocina. A esta hora estaría en su casa, con su familia. “Es demasiado tarde”, y apretó los dientes.
* * *
Cerró la puerta con calma, descendió dos escalones y ni siquiera miró aquel lugar por última vez. Él era un hombre y estaba decidido a sobrellevar sus decisiones sin mirar atrás.
Ella lo había querido así además; de modo que con paso firme, las manos sueltas y el ceño fruncido tomó el camino para la estación del metro más cercana, apenas a una esquina de ahí. “Lo duro de tragar fue esa acusación de egoísta que me hizo. ¿Cómo se atreve? Las mujeres nada más ven lo que les acomoda… Todo este tiempo he estado pagando la mitad de todas nuestras cosas sin pestañear, a pesar de ella ganar mucho más que yo. Uno pasando las de Caín un año entero para no tocar un dedo de su dinero, y encima viene a tildarme de egoísta.”
Llegó a la estación pero en vez de pagar el boleto fue a comprarse un café; luego se sentó, pero miraba de frente, sin amilanarse. Vio pasar varias personas, no muchas porque ni era la estación más concurrida ni eran horas de gentío. Dos muchachas pasaron y las vio de arriba abajo con delicadeza, buscando sus puntos buenos. “Lo malo es todo el año que perdimos. ¡Esa estúpida…! Todo el tiempo consulté con ella, le contaba a donde aplicaba y donde me rechazaban... Sabe perfectamente que el mercado laboral está difícil, sabe que yo también tengo padres viejos que quiero ayudar...; simplemente no puedo dejar pasar esta oportunidad. Además, qué diablos… ni que nos mudáramos a otro país, apenas sería una temporada… una vez adentro siempre hay posibilidad de traslado. También ella podría esperarme un año…” Se levantó, tiró el vaso al tacho de la basura y desanduvo el camino mirando sus pasos, meditando frases y suponiendo respuestas. Pero cuando llegó en vez de tocar a la puerta se asomó por la ventana de la derecha: allí estaba ella con un vaso de agua, muy tranquila sentada en su sillón; en ese justo momento ella se deslizó hasta quedar bien acostada, cerró los ojos y se mantuvo tranquilita, al parecer lista para dormir. Su rostro era muy bonito… Sin hacer ruido se alejó del lugar.
“No sé a qué volví. Me habló clarísimo, que me vaya me dijo. Ahí está tranquila, ella siempre fue así, muy segura de sí misma, la voluntariosa de la pareja. Expareja. Ya está consumado y es hora de que yo también siga mi camino. Es triste…”
Esta vez tomó el metro sin vacilación. Al bajar de la estación apenas faltaban dos cuadras hasta su casa, pero su mente no podía descansar…
“Es increíble que después de todo, es por dinero que terminamos. ¡Pero igual sería si me quedo! Las mujeres de ahora no quieren saber de penurias, tarde o temprano se van. Yo merezco –dirían ellas- alguien con ganas de progresar, con futuro. Esa es la verdad y no ninguna otra. A pesar de haber visto toneladas de ánime, leído novelas hasta el cansancio, y en fin, oír de niño mil veces que el amor es lo principal, aquí está la prueba CIENTÍFICA de que no…” Se detuvo el joven en medio de la acera. Qué rabia le había entrado de repente, con esa idea de que el amor de ella solo llegaba hasta ahí. Porque el suyo no, el suyo era real. Es real… porque tanto jugar a los videojuegos románticos no había sido por gusto. “¡Y una mierda! Bien, que me lo diga ella claramente; ahora mismo voy a su casa y me planto ahí hasta que me lo diga. ¿Nuestro amor nunca valió más que un trabajo? ¡Si me dice que no entonces nunca más… !”
Sacó su teléfono móvil y llamó a un buen amigo suyo para que le hiciera las veces de taxi. Un favor que le debería, pronto, frente a su casa y que perdonara la hora.
Los ojos del joven apenas notaban la siguiente pisada que daría. Ni siquiera había atendido al camino. Pero cuando al fin levantó la cabeza estaba a unos metros de su vivienda; adelante, algo le impedía el paso. Una chica un poco menor que él, con un blazer blanco puesto, cartera pequeña en una mano y un paraguas en la otra, le sonreía con picardía.
--… tú… - entonces una lágrima se escapó apresurada de su ojo. Otras le siguieron-. No pude hacerlo –sonrió con pena- ¡es imposible no llorar! -pasó una mano por los ojos-. ¡Perdón, perdón… perdón!
--Bah… olvídalo -se le acercó picarona, pero emocionada- ¿Me quieres explicar por qué estamos a unos metros de TU casa y no a unos metros de la mía?
--¡Jeje! –se llevó una mano a la nuca, avergonzado-. La verdad es que al principio no llegué ni a comprar el boleto. Me devolví a tu casa, pero… te vi tomando un vaso de... muy tranquila, por la ventana. Me sentí mal y me fui. Perdí un metro, y cuando al fin llegué a la otra estación ya era el último tren. Creo que estuve desmayado con los ojos abiertos –se llevó una mano a la mejilla, sonriente y pensativo-, no sé cuanto rato estuve ahí. Luego empecé a caminar acá, sin apuro, porque… ¿quién me espera? Recordé muchas cosas. Como aquella vez que fuimos de acampada con el grupo, me lastimé un pie y tú... ¿te acuerdas?
--Por supuesto –ella lo miró con cara de superioridad, pero una gran sonrisa y la mirada suave anunciaban la verdad-, después de pasarte todo el rato diciendo que las acampadas eran para hombres, tuve que ayudarte todo el camino de vuelta… ¡uy uy, que pesado estabas!
--¿Sabes una cosa, pequeña? Hace un minuto mandé un mensaje a un amigo mío, taxista. Ya lo despacharemos.
La tomó de la mano y le ayudó a dar una vuelta.
--No sé cómo, pero de alguna manera resolveremos nuestro problema -le susurró él.
--¿Sabes? Es bueno mirar atrás de vez en cuando. Podríamos haber olvidado algo importante -dijo ella sonriendo.
Fin
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Este relato, según cree recordar su autor, fue directo a un foro, para un concurso -que no ganó- sobre relatos de romance convocado por la Asociación de Escritores del foro de Fanfics de MCanime. Completamente de aficionados, pero con muchas ganas de escribir y leer. Tenía su fama en aquel entonces, la página de MCanime, dentro de su mundillo.
Pero el asunto es que fue el primer relato que el autor escribió enfocado en ese tema; le entusiasma poco los romances como argumento central. Aun así lo considera relato propio, escrito con ganas y como mejor le pareció en ese momento. Fue revisado cuando se presentó como colaboración para la difunta revista en línea ¡No lo Leas!, y es esa versión, repasada, la que pondremos acá.
¿NUNCA MIRAR ATRÁS?
--¡Pero dime por qué no! ¿De verdad ya no se puede arreglar esto?
--No. Lo siento pero ya no quiero. ¡Se acabó!, ¿comprendes…? –la joven mujer se enojó al notar debilidad en su voz-. ¡Me harté, y se acabó! ¡VETE! ¡No quiero verte más!
El joven, de 27 años, se dio cuenta que era verdad. Ella no se retractaría. Todo había terminado, sin importar motivos. Sintió como le hormigueaban las manos y decidió, tristemente, que esa noche su mundo era solo la palabra “vete”. Tomó un poco de aire y se acercó lentamente al estante, sin mirarla. Agarró aquel libro que había llevado un mes antes y que habían leído juntos. Fue lo único suyo que pudo recordar. ¡Y qué le importaba a él el maldito libro! Solo quería llevarse un recuerdo… Giró el pomo de la puerta, pero su brazo se detuvo sin abrirla. Giró un poco la cabeza y miró hacia atrás; se arrepintió: La joven, serena, sin apenas moverse, lo miró con ojos duros y un segundo después levantó su brazo derecho, señalándole la salida. El hombre apretó los dientes, frunció el ceño, le echó una última mirada de desprecio y salió. “No derramaré una sola lágrima por ti”.
Ella esperó. Un minuto entero esperó sin moverse, sin despegar los ojos de la puerta. Luego, lentamente, tomó mucho aire y suspiró. Ya estaba. Ninguna mujer podría jamás decirle que había sido débil. Había dolido. Un poco. Pero ya estaba hecho, ¿verdad? Con pasos calmados fue hasta la nevera y llenó su vaso preferido con agua, se apoyó ligeramente en el armario de las ollas y empezó a beber de a sorbitos.
“Al final no había insistido tanto, ese idiota. Después de estos dos años… cualquiera hubiera esperado que insistiera con más fe. Una prueba más de que los hombres son así, que no les importa nada”. Con el vaso en la mano caminó mucho más tranquila, devuelta a la sala. Recordó el libro aquel. “Pero que idiota. Como si me importara a mí el librito ese. ¡Uy, cuanto me estás quitando! Yo puedo comprarme mil libritos así. Es un tacaño. Siempre lo fue.” Cayó en la cuenta que tenía puestos los aretes esos, de larimar, que él… Se los quitó tan rápido y tan sin cuidado que se hizo daño. Los miró un momento. “Claro, él quiere llevarse sus cosas, ¡pues que se lleve esto también! ¡No quiero nada suyo! Que no se atreva a decir que le debo algo”. Miró un momento por la habitación, vio su sombrilla y se decidió. “Ahora mismo voy y se los tiro en la cara. ¡Aún debe estar camino a la estación! Lo alcanzo ahora mismo, para que…” Pero antes de llegar a la puerta se detuvo en seco. “Que tontería…, pero si no vale la pena tomarme esto tan a pecho. Tonta… ¿a qué iba a ir? ¿a oírlo gritar y rogar en la calle? ¡Jajaja! Ni loca. Esto hay que botarlo al tacho de basura. Si le interesa, que los busque ahí. No vale la pena.” Increíblemente, aún conservaba el vaso en la mano, pero vacío. “¿Ya me lo tomé todo?” Dejó el vaso en una mesita cercana, junto a los aretes que llevaba en la otra mano.
Fue a su sillón favorito y se dejó caer. Se sentía cansada. “Él jamás volvería a buscar los regalos. Con un año de conocidos y otro de novios, ya se puede saber. Sus regalos eran sinceros. ¡Es un estúpido y un egoísta! ¡EGOÍSTA! Pero mentiroso no. Bueno, pero él también tiene cosas mías. El reloj que tenía puesto era el que le regalé. De eso no se acordó. Solo se acordó del librito ese, porque le conviene. Un reloj digital, solar, de qué sé yo cuantas funciones. Le gustaban esas cosas.” De repente se dio dos palmadas en las mejillas, se levantó y caminó a su cuarto. Volvió con su cartera rumbo a la puerta, pero al pasar por su sillón decidió sentarse un momento. “Debería salir a comer. Liberar un poco de estrés… Un rompimiento es un rompimiento. Cualquiera llama a Laura y la invita. Pero no tengo ganas de que me ande preguntando ¿qué te pasa? como una boba.” Le sacó la lengua a la Laura ausente. “Además que yo no soy tan débil. No tengo por qué comer nada. ¡Al diablo, no como nada! Ni que fuera una estúpida adolescente. ¿A los hombres también les dará ganas de comer? A estas alturas, si no se detuvo a comer antes, el metro ya debe estar llevándolo a la estación cerca de su casa. Comerá pronto. Yo podría tomar un taxi y ganarle todavía”.
Se estiró en el sillón, echó la cabeza hacia atrás y quedó mirando al techo. Con los pies se quitó los zapatos. Trató de mantener su cabeza en blanco y por 5 minutos lo consiguió. No quería pensar ni recordar. Mejor era olvidar. Sería más rápido. Poco a poco fue deslizándose en el sillón hasta quedar hundida; la falda, de vuelo amplio, se le había corrido bastante. Tironeó un poco un mechón de su negro cabello. Miró con desgano su muslo izquierdo, no quiso enderezarse y permaneció así. “Es bonito” pensó; y aunque no quería, pensó otra cosa: “Algo anda muy mal conmigo…” Dio un estirón a la derecha sin levantarse del mueble, buscando el vaso que había dejado en la mesita: había olvidado que estaba vacío. Lo tomó desilusionada, sin saber qué hacer con él. Entonces sus ojos se posaron en un periódico pequeño, de los gratuitos que reparten en la calle y para colmo, de una fecha pasada. Lentamente lo reconoció, y lentamente se fue llenado de odio.
--Maldito… ¡Todo es tu culpa! –dejó el vaso y tomó el periódico, maltratándolo-. MAL… DIII… TOOO…- con furia hizo una bola con el periódico y lo arrojó-, no sabes lo que arruinaste.
Recordó como hace una semana, aquel a quien ella…, había llegado con ese periódico en la mano, sonriéndole. Una gran posición, había dicho. Por fin ejercería su profesión, licenciado en economía y nada menos que en el banco más grande del país. Eso, claro, dependiendo de la entrevista de mañana. Tan contentos estaban los dos que casi hacían el amor, pero ella no estaba tomando las pastillas y él no traía protección…
--¡Jajaja! –no pudo evitar reírse, al recordarlo.
Al día siguiente traía la noticia. Hasta entonces, él no ganaba mucho y ella siempre debía ayudar a pagar cuando salían. Era contable y ejercía. Pero ahora sería diferente. Su salario, si aceptaba, sería casi el doble de lo que ella ganaba. Ya entonces le pareció notar su egoísmo. Demasiado alegre. Entonces, hace dos días, le avisaron que el puesto era en una sucursal… en otra ciudad. Lejos. Muy lejos. Ella no dijo nada. Él, muy preocupado, le dijo estar pensando lo que iba a hacer. ¿Estar pensando? ¿Es que de verdad lo estaba pensando? No opinó nada ni dijo nada, pero en su interior estaba muy desilusionada. Él se fue, prometiendo traer la respuesta al día siguiente.
Su respuesta le resultó tan difícil de tragar que lo consideró el colmo del egoísmo, pidiéndole ella un día para pensarlo. Le había pedido, todo entusiasmado, que se fuera con él. Que por fin podrían mudarse juntos, o incluso casarse si lo deseaba. Pero ¿y ella? ¿Y su trabajo, su familia, sus amigos, su carrera? Cuando le pidió un día, no era para ella pensar, era para él. Pero la tercera era la vencida. Era el día de hoy. ¿Cómo podía ella, una profesional con futuro y aspiraciones, renunciar a todo lo conseguido por un hombre? Él era el más egoísta de ellos, por siquiera pedírselo. Así se lo había dicho, y él se hizo el inocente. Y todo había acabado. Ese tarado… había elegido el dinero por sobre ella. “Todos los hombres son iguales.”
Se enderezó de golpe, en su sillón, y nerviosa miró hacia abajo. Una gota calló sobre su falda.
--No –sintió un hilo que le surcaba la mejilla. Más lágrimas se abrieron paso-, ¡no… no… nooo! –se llevó las palmas a los ojos tratando de detenerlas, pero tuvo que quitarlas, completamente humedecidas.
Se levantó, se puso los zapatos y nerviosa caminó a la puerta. Tomó su blazer blanco y giró el pomo, pero se detuvo. Miró hacia atrás, hacia el reloj grande de la cocina. A esta hora estaría en su casa, con su familia. “Es demasiado tarde”, y apretó los dientes.
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Cerró la puerta con calma, descendió dos escalones y ni siquiera miró aquel lugar por última vez. Él era un hombre y estaba decidido a sobrellevar sus decisiones sin mirar atrás.
Ella lo había querido así además; de modo que con paso firme, las manos sueltas y el ceño fruncido tomó el camino para la estación del metro más cercana, apenas a una esquina de ahí. “Lo duro de tragar fue esa acusación de egoísta que me hizo. ¿Cómo se atreve? Las mujeres nada más ven lo que les acomoda… Todo este tiempo he estado pagando la mitad de todas nuestras cosas sin pestañear, a pesar de ella ganar mucho más que yo. Uno pasando las de Caín un año entero para no tocar un dedo de su dinero, y encima viene a tildarme de egoísta.”
Llegó a la estación pero en vez de pagar el boleto fue a comprarse un café; luego se sentó, pero miraba de frente, sin amilanarse. Vio pasar varias personas, no muchas porque ni era la estación más concurrida ni eran horas de gentío. Dos muchachas pasaron y las vio de arriba abajo con delicadeza, buscando sus puntos buenos. “Lo malo es todo el año que perdimos. ¡Esa estúpida…! Todo el tiempo consulté con ella, le contaba a donde aplicaba y donde me rechazaban... Sabe perfectamente que el mercado laboral está difícil, sabe que yo también tengo padres viejos que quiero ayudar...; simplemente no puedo dejar pasar esta oportunidad. Además, qué diablos… ni que nos mudáramos a otro país, apenas sería una temporada… una vez adentro siempre hay posibilidad de traslado. También ella podría esperarme un año…” Se levantó, tiró el vaso al tacho de la basura y desanduvo el camino mirando sus pasos, meditando frases y suponiendo respuestas. Pero cuando llegó en vez de tocar a la puerta se asomó por la ventana de la derecha: allí estaba ella con un vaso de agua, muy tranquila sentada en su sillón; en ese justo momento ella se deslizó hasta quedar bien acostada, cerró los ojos y se mantuvo tranquilita, al parecer lista para dormir. Su rostro era muy bonito… Sin hacer ruido se alejó del lugar.
“No sé a qué volví. Me habló clarísimo, que me vaya me dijo. Ahí está tranquila, ella siempre fue así, muy segura de sí misma, la voluntariosa de la pareja. Expareja. Ya está consumado y es hora de que yo también siga mi camino. Es triste…”
Esta vez tomó el metro sin vacilación. Al bajar de la estación apenas faltaban dos cuadras hasta su casa, pero su mente no podía descansar…
“Es increíble que después de todo, es por dinero que terminamos. ¡Pero igual sería si me quedo! Las mujeres de ahora no quieren saber de penurias, tarde o temprano se van. Yo merezco –dirían ellas- alguien con ganas de progresar, con futuro. Esa es la verdad y no ninguna otra. A pesar de haber visto toneladas de ánime, leído novelas hasta el cansancio, y en fin, oír de niño mil veces que el amor es lo principal, aquí está la prueba CIENTÍFICA de que no…” Se detuvo el joven en medio de la acera. Qué rabia le había entrado de repente, con esa idea de que el amor de ella solo llegaba hasta ahí. Porque el suyo no, el suyo era real. Es real… porque tanto jugar a los videojuegos románticos no había sido por gusto. “¡Y una mierda! Bien, que me lo diga ella claramente; ahora mismo voy a su casa y me planto ahí hasta que me lo diga. ¿Nuestro amor nunca valió más que un trabajo? ¡Si me dice que no entonces nunca más… !”
Sacó su teléfono móvil y llamó a un buen amigo suyo para que le hiciera las veces de taxi. Un favor que le debería, pronto, frente a su casa y que perdonara la hora.
Los ojos del joven apenas notaban la siguiente pisada que daría. Ni siquiera había atendido al camino. Pero cuando al fin levantó la cabeza estaba a unos metros de su vivienda; adelante, algo le impedía el paso. Una chica un poco menor que él, con un blazer blanco puesto, cartera pequeña en una mano y un paraguas en la otra, le sonreía con picardía.
--… tú… - entonces una lágrima se escapó apresurada de su ojo. Otras le siguieron-. No pude hacerlo –sonrió con pena- ¡es imposible no llorar! -pasó una mano por los ojos-. ¡Perdón, perdón… perdón!
--Bah… olvídalo -se le acercó picarona, pero emocionada- ¿Me quieres explicar por qué estamos a unos metros de TU casa y no a unos metros de la mía?
--¡Jeje! –se llevó una mano a la nuca, avergonzado-. La verdad es que al principio no llegué ni a comprar el boleto. Me devolví a tu casa, pero… te vi tomando un vaso de... muy tranquila, por la ventana. Me sentí mal y me fui. Perdí un metro, y cuando al fin llegué a la otra estación ya era el último tren. Creo que estuve desmayado con los ojos abiertos –se llevó una mano a la mejilla, sonriente y pensativo-, no sé cuanto rato estuve ahí. Luego empecé a caminar acá, sin apuro, porque… ¿quién me espera? Recordé muchas cosas. Como aquella vez que fuimos de acampada con el grupo, me lastimé un pie y tú... ¿te acuerdas?
--Por supuesto –ella lo miró con cara de superioridad, pero una gran sonrisa y la mirada suave anunciaban la verdad-, después de pasarte todo el rato diciendo que las acampadas eran para hombres, tuve que ayudarte todo el camino de vuelta… ¡uy uy, que pesado estabas!
--¿Sabes una cosa, pequeña? Hace un minuto mandé un mensaje a un amigo mío, taxista. Ya lo despacharemos.
La tomó de la mano y le ayudó a dar una vuelta.
--No sé cómo, pero de alguna manera resolveremos nuestro problema -le susurró él.
--¿Sabes? Es bueno mirar atrás de vez en cuando. Podríamos haber olvidado algo importante -dijo ella sonriendo.
Fin