Nota:
¡Laika es una heroína! Pocos dudarán de eso. Sin embargo, son varios los que condenan todo lo que sucedió con ella, el destino al que se la sentenció. Coincido en que no debió hacerse así. Pero no estoy de acuerdo con que se condene específicamente a quienes la mandaron. La lucha por los derechos animales hoy en día apenas comienza y en aquellos años ningún programa científico dudó en usar animales. ¡Hoy en día aun se sacrifican por diverción en gran cantidad de sitios! Además, el sacrificio de Laika, y su gran éxito, fue tan impactante que nunca más se volvió a mandar perro o similar que no tuviera oportunidad de volver. Yuri Gagarin viajó con más confianza gracias a ella.
Escribí esta historia, una variación de la realidad, en honor a ella.
¡Laika es una heroína! Pocos dudarán de eso. Sin embargo, son varios los que condenan todo lo que sucedió con ella, el destino al que se la sentenció. Coincido en que no debió hacerse así. Pero no estoy de acuerdo con que se condene específicamente a quienes la mandaron. La lucha por los derechos animales hoy en día apenas comienza y en aquellos años ningún programa científico dudó en usar animales. ¡Hoy en día aun se sacrifican por diverción en gran cantidad de sitios! Además, el sacrificio de Laika, y su gran éxito, fue tan impactante que nunca más se volvió a mandar perro o similar que no tuviera oportunidad de volver. Yuri Gagarin viajó con más confianza gracias a ella.
Escribí esta historia, una variación de la realidad, en honor a ella.
La Perra que Volvió
Pequeña variación sobre Laika y su viaje espacial
Era el 13 de octubre de 1957. Ayer les había sido informado que era alta prioridad mandar un nuevo satélite, el Sputnik 2, en menos de un mes. Los líderes querían lucir un gran premio para el aniversario de la revolución, el siete de noviembre.
Habían estado trabajando con ahínco en una cápsula, pero como estaba diseñada era imposible que estuviera a tiempo para la fecha así que de un plumazo fue echada de lado. El director y jefe de ingeniería, el genial K…, ya se había sacado de la manga un nuevo diseño más simple capaz de estar en vuelo para la fecha, y al mismo tiempo realizar unos primeros estudios biológicos sobre el espacio. El plano estaba ahí ahora, sobre la mesa, en aquel búnker de hormigón armado que escondía la tecnología más avanzada que el mundo hubiera conocido; el grupo de tovarishchi miraba con pesar y permanecían callados. Los camaradas que trabajaban directamente en la construcción del ingenio entendieron de un vistazo lo que significaba aquel nuevo diseño y no podían ignorar la presencia de Oleg G… y sus subordinados Laika, Albina y Mushka en aquel salón-taller.
Se estaba planeando la muerte de alguien y no era agradable.
El director K… sabía perfectamente lo que pensaban todos los presentes porque él también lo había pensado, pero no podía dejar que sentimentalismos vanos obstruyeran el futuro de la nación.
—¿Y bien, alguno va a decir algo? ¡Solo tenemos veinte días para construir la nave, no permitiré que se pierda más tiempo! Nos declaro un soviet en sesión permanente y en cinco minutos someteremos a votación.
—Tal vez podamos terminar el sistema de reingreso si trabajamos las 24 horas…
El ingeniero en jefe se enojó.
—¡El tovarish Petya es demasiado ingenuo! ¿Pensaba que iría a casa con su mujer? La nación nos exige y cumpliremos: sepa usted que para completar este diseño se ha calculado trabajar 25 horas diarias.
Laika, la futura heroína, los oía discutir de una manera muy extraña y consultó olfativamente con sus compañeros. Mushka bostezó, pero Albina coincidió en que había algo diferente: se podía sentir el olor a miedo que surgía de su amo y sus otros amigos. No era un miedo a muerte, ni a depredador, ni al hambre… era algo nuevo de lo que no tenían experiencia. Albina terminó acostándose pero Laika siguió en pie, viéndolo todo.
Los amigos del amo discutían en voz alta y se gritaban, pero no era la primera vez que sucedía y además, a ellas también les gritaban mucho durante el entrenamiento. Sobre todo al principio, recién llegados, después de pescarlos mientras buscaban comida en la ciudad. En aquel entonces Albina era la líder, aunque ella era su única seguidora después que abandonaron la jauría cazadora; algo después se les unió Mushka sin pedir permiso ni hacer reverencias, y ellas lo aceptaron así. Pero habían sido capturados y ahora tenían un amo que era el nuevo líder, y lo amaban por eso y porque era un hombre muy bueno. Su preferido era Mushka… ¡Ahora parecían haber llegado a un acuerdo!
—¡No necesitamos –hablaba uno de los ingenieros- dos días de pruebas! Estoy seguro de que podemos olvidarnos de ellos y nadie se dará cuenta.
—¡Pero Mitia! –un hombre con bigote, pequeño y de apariencia campesina objetaba-, ¿te imaginas cómo quedará el nombre de nuestras repúblicas si fracasamos ahora? Los líderes nos lanzarían a la calle por nuestra negligencia –gesticulaba mucho y era uno de los que más olía a miedo.
—¡Camaradas piénsenlo! La misión será un éxito si la antena transmite una señal que el mundo pueda escuchar, eso es todo lo que esperan. La condición del pasajero solo nos interesa a no-so-tros. Estoy seguro que tenemos capacidad para asegurar el funcionamiento de la antena en menos de una semana; ya el resto del tiempo lo tendremos para asegurar nuestros otros planes.
El grupo guardó silencio. Ahora había que esperar la decisión del director.
—No tendremos tiempo ni para comer –murmuró más bien para sí mismo y luego ya siguió para todos-; bien, no me opongo al plan porque teóricamente es posible, sin embargo les advierto que todos ustedes, no yo, corren el peligro de caer en desgracia en caso de fracasar. Les aseguro que el partido tiene medios para enterarse de todo lo que pasa, incluso de esta reunión –muchos miraron nerviosos por el salón-. ¡Votemos, camaradas del espacio!
No fue unánime pero sí aplastante: el futuro pasajero del Sputnik 2 tendría una oportunidad.
* * *
El 1º de noviembre el amo se acercó y después de acariciarlos soltó la noticia: Laika era la elegida. El amo se los dijo y no entendieron sus voces, pero sí entendieron sus ojos y la diferencia de presión al acariciarles la cabeza. Sintieron, con sus sentidos de perro, mucha más empatía por Laika que a los otros dos. Mushka y Albina se resintieron, sobre todo la última que siempre quería estar metida en los asuntos del amo, pero terminaron aceptando las órdenes. Además ellos también habían volado en otras ocasiones, muy lejos y muy alto, donde el cielo tomaba un color oscuro y hacía mucho frío, y cuando eso sucedió también los habían tratado con deferencia mientras Laika permanecía tristona en tierra; pero podían detectar por las emociones humanas que aquella vez se planeaba algo diferente, más importante... ¡que esta era la que valía! Por eso Albina había estado rabiosa y ladrando, pero como Laika la respetaba y entendía la dejó hacer mientras agachaba la cabeza.
Ahora era diferente: dos hombres que no había visto nunca la visitaban. Vestían uniforme de soldado y asustaban. Su amo G… hizo las presentaciones.
—Camarada Yuri, camarada Titov, les presento a Laika, la ciudadana del espacio.
Pero aquellos hombres no la acariciaron ni le hicieron gestos amistosos. Eran muy altos y daban miedo. La vieron de todos los lados con ojo clínico y aunque ella trataba de esconderse parecía que nada podía ocultarse ante aquellos soldados que volaban: ya había oído a su amo decir que eran pilotos.
—¿Qué tipo de entrenamiento ha recibido? –preguntó el llamado Yuri.
—Uno mucho más riguroso que el de ustedes, eso se los aseguro. Todas mis alumnas pueden soportar 4 gravedades sin desmayar y estarse 20 días en un mismo sitio sin desesperar.
—¿Eso ha sido comprobado? –fue el camarada Titov quien dudó.
—Varias veces. Aparte del entrenamiento normal de todo perro, están entrenados a contestar con un ladrido cuando se les llama, con tres seguidos cuando sientan mucho dolor, con un gruñido largo si tienen hambre o sed, y con olisqueos continuos cuando sientan curiosidad o vean algo extraño. Lo único que no he podido enseñarles a pesar de mis esfuerzos, es a ser infieles.
Y a pesar de ser dos hombres muy serios y concentrados, esbozaron una sonrisa de simpatía para Laika y a ella le pareció bien: dejó de estar en guardia. Luego se fueron y Laika visitó al doctor, que era más que un veterinario o un médico, pues decían que también era siquiatra y matemático. Duró mucho la visita, bastante incómoda porque le pusieron aquel casco que daba cosquillas donde querían leerle el cerebro, pero al final el doctor les dijo a todos que “mejor de ahí se daña”.
Al día siguiente viajaron. Subieron a un avión y pasearon mucho rato. Habían venido con ella sus compañeras, pero dentro del avión solo llevaban equipos para una sola. Bajaron en un sitio solitario y agreste que quedaba en la República Soviética de Kazajistán; el lugar era famoso y lo habían oído mencionar mucho ella y sus dos compañeras: el cosmódromo de Baikonur.
Todo el mundo estaba serio y su amo les ordenó varias veces mantener el más estricto silencio. Como ellos sabían cumplir órdenes así lo hicieron y como recompensa, se les introdujo en un sitio increíblemente grande, limpio, y lleno de máquinas de acero. Pero los amigos humanos no estaban en su mejor momento, podían sentir el nerviosismo rodeando sus pieles y además muchos tenían ojeras. Realmente su amo era un gran líder pues mantener silencio era la orden más adecuada en aquel lugar, ¡y él lo había sabido desde tan lejos!
Dentro del recinto había muchísimo trabajo, y casi todo era sobre un cono metálico que llamaban cápsula espacial. Ella conocía y había entrado en otras, pero aquellas eran de madera y cartón piedra mientras que esta era de deslumbrante metal. A un lado tenía las letras tan queridas de su amo, de color entre marrón y amarillo (ellos decían que era rojo, pero nunca pudo entender a qué se referían): CCCP. Un rato después trabajaron también sobre ella, poniéndole su traje espacial. No era la primera vez que le ponían uno pero este era más pesado y olía a más cables eléctricos, además le probaron el casco y un sonido como de globo que se desinfla: el aire olió a guardado. Pero además este traje también decía CCCP sobre sus costillas izquierdas; Laika se sintió muy orgullosa. Luego salieron a un patio, donde los dejaron jugar hasta la cena.
Por fin llegó el 3 de noviembre y fueron levantadas temprano. El doctor vino, las revisó a todas y siguieron adelante. Les dieron una batida especial de desayuno, de muy buen sabor. Llegaron a un salón silencioso donde esperaron un rato. Apareció por fin el ingeniero en jefe que a la vez era director de todo, K… Las vio a las tres a los ojos, luego habló con su amo Oleg, y después entraron tres hombres con su traje espacial para ponérselo: durante muchos días no se lo volverían a quitar. Ahora era Laika la cosmonauta y junto a su amo se separaron de Albina y Mushka: no pudo despedirse de ellos. Caminaron hasta fuera del edificio, donde los esperaban dos furgonetas bonitas de color naranja; allá a lo lejos pudo ver la máquina más grande que hubiera visto en su vida, más alta que cualquier edificio, y estaba rodeada de muchas garras metálicas que la sujetaban, como si quisiera escapárseles. Parecía una torre y se preguntó para qué serviría. Entonces el director subió a una furgoneta y se lo llevaron lejos del cohete, a una casa bajo tierra; y ella montó la segunda furgoneta y la llevaron a la máquina.
Por un momento dudó, pero su amo Oleg, que seguía con ella, empezó a explicarle que la máquina se llamaba cosmonave y era el sitio donde trabajarían las cosmonautas como ella, que estaría sola y por eso sería SU COSMONAVE, y que la anotarían en muchos libros así, como capitana Laika de la Sputnik 2. Cuando llegaron estaban al pie de un elevador y había mucha gente esperándola. Reconoció a dos de ellos, a las puertas del elevador: eran los camaradas Titov y Yuri, a los cuales saludó con un ladrido. Y aquellos, cuando ella pasó por su lado, se cuadraron firmes y la saludaron como soldados aunque sin decirle nada ni acariciarla. Luego se metieron en la furgoneta para irse. Su amo le dijo:
—Te saludan porque eres la primera. Eras una perra callejera, de la misma raza que el pueblo, pero ahora serás la primera. ¡Vamos!
Y siguieron y la montaron en su cosmonave, cerrando la puerta.
* * *
Le dijeron por radio que se acostara. Ella sabía hablar por radio. Pero no sabía lo que era despegar. Las luces se apagaron y sintió un gran empujón que la dejó incómoda en su cubículo; y la fuerza aumentaba y aumentaba, y el ruido fue ensordecedor. Aquello era mucho más de lo que había hecho en los entrenamientos; se puso muy nerviosa y su espalda empezó a torcerse demasiado. Ladró tres veces pero nadie le contestó. Resistió un minuto más, pero entonces su cosmonave empezó a inclinarse como si se fuera a caer y pronto estuvo de cabeza, de modo que la fuerza que casi le rompe el espinazo estaba por romperle el cuello. Ladró mucho porque ya no recordaba las órdenes ni quería recordarlas, solo sabía que le dolía y estaba desesperada, el corazón le saltaba en el pecho y sus ojos perdían la vista. Lloró… y nadie le respondió. ¿Qué estaba haciendo su amo, que no se daba cuenta? ¿Por qué no venía a salvarla como otras veces? Sangre le salía por la boca y trató de morder su traje para romperlo, pero no pudo. Ya no podía ladrar… las fuerzas le abandonaban y el corazón seguía latiendo muy rápido, pero sin fuerzas. Con su último aliento se despidió del amo como habían convenido: un gruñido seguido de un ladrido. Pero no murió como ella creía, solo sufrió un pequeño desmayo.
Cuando se levantó estaba más calmada y la presión sobre su cuello era menor. Acomodándose como le habían enseñado, esperó. Sufrió un sobresalto cuando oyó un estallido, pero logró mantener la compostura. Lentamente sintió que se acercaba a la caída libre; no le preocupó porque ya la había experimentado en los entrenamientos, a bordo de aviones y máquinas. Pero algo no marchaba… La sensación no se iba sino que iba en aumento, siempre en aumento hasta que sintió que flotaba en su pequeño cubículo. Gimió, pero mantuvo la compostura como le habían enseñado. Su amo… él sabría lo que hacía. A veces le había hecho sufrir, pero lo entendía porque el bien de la manada estaba primero y además la acariciaban al final. Ellas eran una manada que ayudaba feliz a la manada humana de su amo.
Entonces se escuchó un gran ruido mientras la cápsula se sacudía y un rugido como de huracán llenó todo durante dos segundos. La luz del exterior, tenue, se coló por una pequeñísima ventana. La radio volvió a la vida:
—Laika –no era la voz de su amo, solo del director-. Adelante Laika.
Ladró una vez.
Se oyeron gritos por la radio, exclamaciones de júbilo y muchas risas. El director demandaba silencio pero la gente seguía gritando. Se preguntó la cosmonauta qué estaría pasando.
—¡Capitana Laika!, ¿cómo está usted?
Ladró muchas veces, como tenía aprendido. Ya se le había olvidado el dolor, pues le hablaban los amigos del amo. ¡Entonces por fin se oyó la voz!:
—Laika, ahora descansa. Duerme. Volveré después. Volveré después –pronunció muy bien la última frase.
Ella ladró una vez y cumplió la orden, aunque dormir flotando era muy incómodo.
* * *
Cada tres horas la llamaban pero casi siempre era para nada, solo para oírla. Pero cada ocho venía su dueño y le hablaba mucho tiempo, contándole lo que hacían Albina y Mushka, y saludos que le mandaba gente que no conocía. También, una vez al día, le llamaba el director K… Le informaba que la misión iba bien y que hacía un gran trabajo, lo que la ponía feliz. Por otro lado la comida era buena, una pasta que salía de un tubo; pero el agua era escasa y a veces se le escapaba de la boca pegándosele en el traje o quedaba flotando por ahí. Al final del viaje tenía mucha sed…
Al tercer día le hablaron el director y su amo: querían que se moviera hasta donde entraba la luz. Ahora había una lucecita azul parpadeando sobre ella, justo como habían entrenado. Laika les dijo que sí con un ladrido.
—¿Qué vez, Laika?
Pero Laika no podía decirles. Pegó la nariz a la ventana para ver lo mejor posible, porque casi no entendía aunque era muy bonito. Debajo había una gran superficie azul que parecía estar muy lejos…; también había parches blancos que reconoció como nubes, y como las nubes estaban en el cielo y el cielo era azul, pensó que aquello era un tipo de cielo en otro país, quizá en ese Estados Unidos que había oído mencionar. Pero allá, en medio de ese cielo, había pedazos de tierra a veces cubierta de amarillo y otras de marrón, que sin saber porqué asoció con el suelo y los humanos. Lejos hacia la derecha había un gran arco de muchos colores, como un arcoíris que cubriera toda la Tierra: había un azul claro y luego un marrón fuerte y ancho, para terminar con un azul más profundo y delgado. Además daba una curva… parecía que el cielo debajo de ella daba una curva y aumentaron sus sospechas de que aquello no era el cielo sino… el suelo. Le pareció que era una idea importante pero no sabía cómo transmitirla. Ladró y gruño varias veces aunque no sirviera para nada.
—¡Humm! –por la radio se escucharon muchas risas-. Entendido capitana Laika. Ahora le paso con el tovarish Oleg G…
—¿Laika? Pon ATENCIÓN. Atención. REGRESA a tu puesto, Laika. Permanece ahí y no te muevas hasta que te avisemos. Abandona la ventana, ALÉJATE del sol y ACUÉSTATE en la sombra. ¿Bien?
Laika ladró. Flotó a su lugar y cerró los ojos. Pero antes de dormir usó sus sentidos de perro para vislumbrar a su amo. No lo sintió. No sintió a nadie. Jamás había estado tan sola. Todos debían estar allí, más allá de la ventana.
* * *
—Laika, ¿me oyes?
Ladró. Tenía mucha sed y lo dijo con un gruñido largo.
—Espera un poco más pequeña. Hoy vas a volver a casa. Ahora pon ATENCIÓN. Vas a estar DESPIERTA. Despierta. ¿Laika?
Ladró.
—Vas a estar tranquila. TRANQUILA –se escuchó otro ladrido-. Luego saldrás por la puerta. SAL POR LA PUERTA. ¿Laika?
Ladró. Luego se escuchó al director.
—Gran trabajo, tovarish.
¿Lo dijo a su amo o a ella?
* * *
Muchas luces se prendieron y luego se apagaron. No pasó nada por varios minutos, pero luego hubo una sacudida. Laika recordó el inicio de su viaje y tuvo miedo, pero permaneció en su puesto concentrada. Había encontrado un cordel donde podía meter una pierna y así permanecer pegada al suelo. Estaba lista.
Ahora hubieron más sacudidas y la cápsula empezó a girar. Una luz marrón se encendió, y luego un timbre se activó. Los latidos de su corazón empezaron a acelerarse, porque sabía que era una alarma (también había entrenado mucho con alarmas). Escuchó un sonido tenue que no reconoció, pero cada vez aumentaba su intensidad, reverberaba en su cápsula y la hacía temblar como una hoja en un remolino. Laika se acurrucó en su puesto y empezó a gemir sin darse cuenta. Pero su descenso recién empezaba… El sonido ahora era un rugido huracanado que lastimaba sus orejas y se le entraba en el cuerpo, en los intestinos, en su corazón que desbocado quería salírsele del pecho. Su cosmonave, la Sputnik 2, giraba como un trompo, cada vez más aprisa, y con ella Laika perdía todo sentido de orientación y seguridad. Recordó las órdenes de su amo: ¡Tranquilidad, tranquilidad!, pero empezó a golpearse con las paredes, con el techo, con el casco suspendido sobre su cabeza. La nariz ya sangraba y el sonido no se detenía. Movía las patas desesperada tratando de esconderse en algún lugar pero todo empeoraba. Vomitó y su corazón le produjo dolor. Empezó a dolerle la cabeza y entendió que algo iba muy mal con ella. Volvió a pensar en su amo y sus amigos: ¿era esto realmente necesario para ellos?, ¿todos iban a ser más felices?, ¿al menos su amo sería más feliz?
Hacía rato que tenía los ojos abiertos sin ver nada, pero en ese momento comprendió que una parte de su cosmonave estaba cambiando de color. Tomaba un tono marrón oscuro, muy fuerte, y empezó a hacer mucho calor…
* * *
—Descenso en caída libre según lo programado. Escudo térmico trabajando.
—¿Tripulante? –murmuró apenas el director.
—Presión sanguínea muy elevada. Está viva.
—¿Trayectoria?
—Desviación dentro de lo aceptable hacia el sur. Caerá en Baikonur.
—¿Hora?
—Programada: 11 horas 50 minutos. Atención, que pronto entraremos en silencio de radio.
—¿Temperatura?
—… ¡aumentando!
—¡Reporte completo! –era un grito a todo el centro de control.
—¡El escudo térmico ha perdido un soporte! –se escuchó la voz anónima-. Hay un despegue…
—¡EL CASCO, PÓNGANLE EL CASCO! –gritó el director.
* * *
Laika pudo mirar, cuando la asfixia le dejó, que ahora tenía el casco puesto. No podía quejarse de los amigos de su amo: casi había sido a tiempo.
Desde algún sitio de su cosmonave había surgido un hilillo de aire súper caliente que pronto tuvo el interior como un horno. Le había lastimado los ojos, pero al menos esos los pudo cerrar; en cambio su nariz y pulmones respiraron aquel fuego causando que se le llenaran de fluido los pulmones. La garganta le ardió y la lengua le picó. Pero ahora tenía puesto el casco y no siguió quemándose. Además la mancha marrón había desaparecido, aunque todavía sintiera mucho calor. ¿Dolor? Todo le dolía, el corazón, las patas, apenas podía respirar y en vez de toser tenía estertores como si fuera a morirse. Hubo gravedad de nuevo y se vio tirada sobre la cabina, imposibilitada de moverse.
Para ella estaba claro que su amo la había mandado para morir. Estaban experimentando con ella tal como antes, en el laboratorio. La castigaban duramente cuando desobedecía, como cuando tuvo mucha hambre después de pasar dos días sin comer, sin moverse, y quiso escapar. ¿Eran los humanos malvados?, ¿por qué los obligaban a hacer esas cosas peligrosas?
¿Eran malos los humanos? Sería una lástima porque a ella, a la cosmonauta Laika, le simpatizaban mucho. Cumpliría el experimento de su amo.
¿Pero cómo, si no podía moverse?
* * *
—¡Contacto telemétrico, está viva!
—¡Bravo! –se oyó en el cuarto de control.
—Abran la escotilla, prepárense para accionar el paracaídas –ordenó calmadamente K...
—Abierta.
Esperaron. Un minuto pasó.
—Laika no salta.
—¡Oleg!
El amo de la pequeña tomó el micrófono.
—¡Laika, SAL POR LA PUERTA! ¡LAIKA!
* * *
La escotilla se abrió y entró mucha brisa que hizo volar todo. Detrás de ella estaba el amo y la casa, pero no podía levantarse. Sus patas no tenían fuerza, ni tampoco su corazón. Ahora casi no latía porque se había cansado. La asfixia la había acabado; todo su casco estaba rociado de babas. Oyó la voz del amo, pero era inútil. Intentó moverse y la atacó una serie de espasmos. Le pareció que si sus patas se movían de manera loca, de alguna manera ella podría moverlas también con su pensamiento. Así que no cejó y siguió intentando, siguió sin abandonar, aunque sabía que el tiempo pasaba y se suponía que debía saltar rápido. No supo cuanto tardó, pero se vio frente al precipicio y se dejó caer.
* * *
—En un futuro hay que hacerlos con un sistema de expulsión automático. Fuimos unos imbéciles al hacerlo así –autocriticaba el director.
—No hubo más tiempo –le replicaron.
—Se ha aprendido bastante –otros seguían hablando.
—La perra es una heroína.
—La cápsula a 2000 metros…
—¡Atención, no hay medidas de la perra! Murió o…
—No se pierde nada, active el paracaídas.
—Fallo del paracaídas, indican los instrumentos.
—… somos unos imbéciles.
* * *
Laika dio mil vueltas pero ya no tenía miedo. No tenía fuerzas para ponerse nerviosa ni para marearse. Podía ver el suelo muy cerca. Le pareció ver alguna casa. Sintió el gran tirón del paracaídas a su espalda que la hizo girar terriblemente hacia un lado. Se iba a matar y le pareció que ya sabía si su amo era bueno o malo: era bueno, pues experimentando con ella salvaría a toda la manada. Qué bien. Albina, Mushka y los amigos de su amo lo pasarían mejor.
Cayó con un gran ruido y le pareció que el suelo se elevaba y la engullía, antes de cerrar los ojos.
* * *
El campesino y su hijo vieron abrirse el paracaídas y fueron corriendo hacia el que creían era un piloto. Se había abierto demasiado cerca de la tierra y había caído demasiado rápido, así que secretamente el mayor hubiera deseado que su hijo no estuviera ahí. Pero siguieron corriendo.
—¡Cayó en la laguna! –gritó el niño.
Pero estaba enredado con el paracaídas y flotaba sin moverse, con apariencia de muerto. El hombre sin dudar se quitó a sacudidas los zapatos y se arrojó al agua, a pesar de la temperatura cercana a cero de aquella mañana. Lo agarró con sus gruesos brazos y fue tirando de aquel cuerpo extraño. Se fijó que flotaba no porque estuviera muerto, sino porque el casco estaba relleno de aire. Muy inteligente por parte del ejército, pensó.
Cuando estuvo fuera su hijo tenía preparada una lona gruesa y preparaba un fuego. El cuerpo era muy extraño y al quitarle el casco retrocedieron asustados.
* * *
Laika había sido recogida y se les explicó a los campesinos que ya tenían una nueva heroína del comunismo. El niño sobre todo soñó muchas noches con viajar por el espacio en un cohete, con su perro al lado.
También los científicos soñaron, pero algo diferente: Que estaban trabajando en una estación espacial que giraba alrededor de un mundo desconocido, haciendo los estudios con máquinas colosales y con muy pocas personas. Con muy pocas, de hecho, casi siempre en su propio cubículo, solo acompañados por sus perros, que rondarían la estación haciendo recados y dando felicidad a tan aislada vida.
Laika no soñaba. Había quedado bastante enferma del corazón y ya no iba a volar nunca más. La habían sacado en un carro por las calles de su antigua ciudad, llena a rebosar de gente dándole vivas. Visitó también muchos colegios y recibió visitas de personajes extranjeros. Pero finalmente, un año después, le permitieron regresar con sus compañeros. No volaba pero aun así la tenían allí. Ahora jugaban mucho con ella aunque no trabajara ni hiciera experimentos. Comía bien. Y su amo se la llevaba a casa todos los días. Era muy feliz así como estaba. Tuvo hijos.
Un día le enseñaron un libro y vio la fotografía de una perra. Le dijeron que era ella. También estaba Yuri, el soldado. Había alcanzado la inmortalidad.
Habían estado trabajando con ahínco en una cápsula, pero como estaba diseñada era imposible que estuviera a tiempo para la fecha así que de un plumazo fue echada de lado. El director y jefe de ingeniería, el genial K…, ya se había sacado de la manga un nuevo diseño más simple capaz de estar en vuelo para la fecha, y al mismo tiempo realizar unos primeros estudios biológicos sobre el espacio. El plano estaba ahí ahora, sobre la mesa, en aquel búnker de hormigón armado que escondía la tecnología más avanzada que el mundo hubiera conocido; el grupo de tovarishchi miraba con pesar y permanecían callados. Los camaradas que trabajaban directamente en la construcción del ingenio entendieron de un vistazo lo que significaba aquel nuevo diseño y no podían ignorar la presencia de Oleg G… y sus subordinados Laika, Albina y Mushka en aquel salón-taller.
Se estaba planeando la muerte de alguien y no era agradable.
El director K… sabía perfectamente lo que pensaban todos los presentes porque él también lo había pensado, pero no podía dejar que sentimentalismos vanos obstruyeran el futuro de la nación.
—¿Y bien, alguno va a decir algo? ¡Solo tenemos veinte días para construir la nave, no permitiré que se pierda más tiempo! Nos declaro un soviet en sesión permanente y en cinco minutos someteremos a votación.
—Tal vez podamos terminar el sistema de reingreso si trabajamos las 24 horas…
El ingeniero en jefe se enojó.
—¡El tovarish Petya es demasiado ingenuo! ¿Pensaba que iría a casa con su mujer? La nación nos exige y cumpliremos: sepa usted que para completar este diseño se ha calculado trabajar 25 horas diarias.
Laika, la futura heroína, los oía discutir de una manera muy extraña y consultó olfativamente con sus compañeros. Mushka bostezó, pero Albina coincidió en que había algo diferente: se podía sentir el olor a miedo que surgía de su amo y sus otros amigos. No era un miedo a muerte, ni a depredador, ni al hambre… era algo nuevo de lo que no tenían experiencia. Albina terminó acostándose pero Laika siguió en pie, viéndolo todo.
Los amigos del amo discutían en voz alta y se gritaban, pero no era la primera vez que sucedía y además, a ellas también les gritaban mucho durante el entrenamiento. Sobre todo al principio, recién llegados, después de pescarlos mientras buscaban comida en la ciudad. En aquel entonces Albina era la líder, aunque ella era su única seguidora después que abandonaron la jauría cazadora; algo después se les unió Mushka sin pedir permiso ni hacer reverencias, y ellas lo aceptaron así. Pero habían sido capturados y ahora tenían un amo que era el nuevo líder, y lo amaban por eso y porque era un hombre muy bueno. Su preferido era Mushka… ¡Ahora parecían haber llegado a un acuerdo!
—¡No necesitamos –hablaba uno de los ingenieros- dos días de pruebas! Estoy seguro de que podemos olvidarnos de ellos y nadie se dará cuenta.
—¡Pero Mitia! –un hombre con bigote, pequeño y de apariencia campesina objetaba-, ¿te imaginas cómo quedará el nombre de nuestras repúblicas si fracasamos ahora? Los líderes nos lanzarían a la calle por nuestra negligencia –gesticulaba mucho y era uno de los que más olía a miedo.
—¡Camaradas piénsenlo! La misión será un éxito si la antena transmite una señal que el mundo pueda escuchar, eso es todo lo que esperan. La condición del pasajero solo nos interesa a no-so-tros. Estoy seguro que tenemos capacidad para asegurar el funcionamiento de la antena en menos de una semana; ya el resto del tiempo lo tendremos para asegurar nuestros otros planes.
El grupo guardó silencio. Ahora había que esperar la decisión del director.
—No tendremos tiempo ni para comer –murmuró más bien para sí mismo y luego ya siguió para todos-; bien, no me opongo al plan porque teóricamente es posible, sin embargo les advierto que todos ustedes, no yo, corren el peligro de caer en desgracia en caso de fracasar. Les aseguro que el partido tiene medios para enterarse de todo lo que pasa, incluso de esta reunión –muchos miraron nerviosos por el salón-. ¡Votemos, camaradas del espacio!
No fue unánime pero sí aplastante: el futuro pasajero del Sputnik 2 tendría una oportunidad.
* * *
El 1º de noviembre el amo se acercó y después de acariciarlos soltó la noticia: Laika era la elegida. El amo se los dijo y no entendieron sus voces, pero sí entendieron sus ojos y la diferencia de presión al acariciarles la cabeza. Sintieron, con sus sentidos de perro, mucha más empatía por Laika que a los otros dos. Mushka y Albina se resintieron, sobre todo la última que siempre quería estar metida en los asuntos del amo, pero terminaron aceptando las órdenes. Además ellos también habían volado en otras ocasiones, muy lejos y muy alto, donde el cielo tomaba un color oscuro y hacía mucho frío, y cuando eso sucedió también los habían tratado con deferencia mientras Laika permanecía tristona en tierra; pero podían detectar por las emociones humanas que aquella vez se planeaba algo diferente, más importante... ¡que esta era la que valía! Por eso Albina había estado rabiosa y ladrando, pero como Laika la respetaba y entendía la dejó hacer mientras agachaba la cabeza.
Ahora era diferente: dos hombres que no había visto nunca la visitaban. Vestían uniforme de soldado y asustaban. Su amo G… hizo las presentaciones.
—Camarada Yuri, camarada Titov, les presento a Laika, la ciudadana del espacio.
Pero aquellos hombres no la acariciaron ni le hicieron gestos amistosos. Eran muy altos y daban miedo. La vieron de todos los lados con ojo clínico y aunque ella trataba de esconderse parecía que nada podía ocultarse ante aquellos soldados que volaban: ya había oído a su amo decir que eran pilotos.
—¿Qué tipo de entrenamiento ha recibido? –preguntó el llamado Yuri.
—Uno mucho más riguroso que el de ustedes, eso se los aseguro. Todas mis alumnas pueden soportar 4 gravedades sin desmayar y estarse 20 días en un mismo sitio sin desesperar.
—¿Eso ha sido comprobado? –fue el camarada Titov quien dudó.
—Varias veces. Aparte del entrenamiento normal de todo perro, están entrenados a contestar con un ladrido cuando se les llama, con tres seguidos cuando sientan mucho dolor, con un gruñido largo si tienen hambre o sed, y con olisqueos continuos cuando sientan curiosidad o vean algo extraño. Lo único que no he podido enseñarles a pesar de mis esfuerzos, es a ser infieles.
Y a pesar de ser dos hombres muy serios y concentrados, esbozaron una sonrisa de simpatía para Laika y a ella le pareció bien: dejó de estar en guardia. Luego se fueron y Laika visitó al doctor, que era más que un veterinario o un médico, pues decían que también era siquiatra y matemático. Duró mucho la visita, bastante incómoda porque le pusieron aquel casco que daba cosquillas donde querían leerle el cerebro, pero al final el doctor les dijo a todos que “mejor de ahí se daña”.
Al día siguiente viajaron. Subieron a un avión y pasearon mucho rato. Habían venido con ella sus compañeras, pero dentro del avión solo llevaban equipos para una sola. Bajaron en un sitio solitario y agreste que quedaba en la República Soviética de Kazajistán; el lugar era famoso y lo habían oído mencionar mucho ella y sus dos compañeras: el cosmódromo de Baikonur.
Todo el mundo estaba serio y su amo les ordenó varias veces mantener el más estricto silencio. Como ellos sabían cumplir órdenes así lo hicieron y como recompensa, se les introdujo en un sitio increíblemente grande, limpio, y lleno de máquinas de acero. Pero los amigos humanos no estaban en su mejor momento, podían sentir el nerviosismo rodeando sus pieles y además muchos tenían ojeras. Realmente su amo era un gran líder pues mantener silencio era la orden más adecuada en aquel lugar, ¡y él lo había sabido desde tan lejos!
Dentro del recinto había muchísimo trabajo, y casi todo era sobre un cono metálico que llamaban cápsula espacial. Ella conocía y había entrado en otras, pero aquellas eran de madera y cartón piedra mientras que esta era de deslumbrante metal. A un lado tenía las letras tan queridas de su amo, de color entre marrón y amarillo (ellos decían que era rojo, pero nunca pudo entender a qué se referían): CCCP. Un rato después trabajaron también sobre ella, poniéndole su traje espacial. No era la primera vez que le ponían uno pero este era más pesado y olía a más cables eléctricos, además le probaron el casco y un sonido como de globo que se desinfla: el aire olió a guardado. Pero además este traje también decía CCCP sobre sus costillas izquierdas; Laika se sintió muy orgullosa. Luego salieron a un patio, donde los dejaron jugar hasta la cena.
Por fin llegó el 3 de noviembre y fueron levantadas temprano. El doctor vino, las revisó a todas y siguieron adelante. Les dieron una batida especial de desayuno, de muy buen sabor. Llegaron a un salón silencioso donde esperaron un rato. Apareció por fin el ingeniero en jefe que a la vez era director de todo, K… Las vio a las tres a los ojos, luego habló con su amo Oleg, y después entraron tres hombres con su traje espacial para ponérselo: durante muchos días no se lo volverían a quitar. Ahora era Laika la cosmonauta y junto a su amo se separaron de Albina y Mushka: no pudo despedirse de ellos. Caminaron hasta fuera del edificio, donde los esperaban dos furgonetas bonitas de color naranja; allá a lo lejos pudo ver la máquina más grande que hubiera visto en su vida, más alta que cualquier edificio, y estaba rodeada de muchas garras metálicas que la sujetaban, como si quisiera escapárseles. Parecía una torre y se preguntó para qué serviría. Entonces el director subió a una furgoneta y se lo llevaron lejos del cohete, a una casa bajo tierra; y ella montó la segunda furgoneta y la llevaron a la máquina.
Por un momento dudó, pero su amo Oleg, que seguía con ella, empezó a explicarle que la máquina se llamaba cosmonave y era el sitio donde trabajarían las cosmonautas como ella, que estaría sola y por eso sería SU COSMONAVE, y que la anotarían en muchos libros así, como capitana Laika de la Sputnik 2. Cuando llegaron estaban al pie de un elevador y había mucha gente esperándola. Reconoció a dos de ellos, a las puertas del elevador: eran los camaradas Titov y Yuri, a los cuales saludó con un ladrido. Y aquellos, cuando ella pasó por su lado, se cuadraron firmes y la saludaron como soldados aunque sin decirle nada ni acariciarla. Luego se metieron en la furgoneta para irse. Su amo le dijo:
—Te saludan porque eres la primera. Eras una perra callejera, de la misma raza que el pueblo, pero ahora serás la primera. ¡Vamos!
Y siguieron y la montaron en su cosmonave, cerrando la puerta.
* * *
Le dijeron por radio que se acostara. Ella sabía hablar por radio. Pero no sabía lo que era despegar. Las luces se apagaron y sintió un gran empujón que la dejó incómoda en su cubículo; y la fuerza aumentaba y aumentaba, y el ruido fue ensordecedor. Aquello era mucho más de lo que había hecho en los entrenamientos; se puso muy nerviosa y su espalda empezó a torcerse demasiado. Ladró tres veces pero nadie le contestó. Resistió un minuto más, pero entonces su cosmonave empezó a inclinarse como si se fuera a caer y pronto estuvo de cabeza, de modo que la fuerza que casi le rompe el espinazo estaba por romperle el cuello. Ladró mucho porque ya no recordaba las órdenes ni quería recordarlas, solo sabía que le dolía y estaba desesperada, el corazón le saltaba en el pecho y sus ojos perdían la vista. Lloró… y nadie le respondió. ¿Qué estaba haciendo su amo, que no se daba cuenta? ¿Por qué no venía a salvarla como otras veces? Sangre le salía por la boca y trató de morder su traje para romperlo, pero no pudo. Ya no podía ladrar… las fuerzas le abandonaban y el corazón seguía latiendo muy rápido, pero sin fuerzas. Con su último aliento se despidió del amo como habían convenido: un gruñido seguido de un ladrido. Pero no murió como ella creía, solo sufrió un pequeño desmayo.
Cuando se levantó estaba más calmada y la presión sobre su cuello era menor. Acomodándose como le habían enseñado, esperó. Sufrió un sobresalto cuando oyó un estallido, pero logró mantener la compostura. Lentamente sintió que se acercaba a la caída libre; no le preocupó porque ya la había experimentado en los entrenamientos, a bordo de aviones y máquinas. Pero algo no marchaba… La sensación no se iba sino que iba en aumento, siempre en aumento hasta que sintió que flotaba en su pequeño cubículo. Gimió, pero mantuvo la compostura como le habían enseñado. Su amo… él sabría lo que hacía. A veces le había hecho sufrir, pero lo entendía porque el bien de la manada estaba primero y además la acariciaban al final. Ellas eran una manada que ayudaba feliz a la manada humana de su amo.
Entonces se escuchó un gran ruido mientras la cápsula se sacudía y un rugido como de huracán llenó todo durante dos segundos. La luz del exterior, tenue, se coló por una pequeñísima ventana. La radio volvió a la vida:
—Laika –no era la voz de su amo, solo del director-. Adelante Laika.
Ladró una vez.
Se oyeron gritos por la radio, exclamaciones de júbilo y muchas risas. El director demandaba silencio pero la gente seguía gritando. Se preguntó la cosmonauta qué estaría pasando.
—¡Capitana Laika!, ¿cómo está usted?
Ladró muchas veces, como tenía aprendido. Ya se le había olvidado el dolor, pues le hablaban los amigos del amo. ¡Entonces por fin se oyó la voz!:
—Laika, ahora descansa. Duerme. Volveré después. Volveré después –pronunció muy bien la última frase.
Ella ladró una vez y cumplió la orden, aunque dormir flotando era muy incómodo.
* * *
Cada tres horas la llamaban pero casi siempre era para nada, solo para oírla. Pero cada ocho venía su dueño y le hablaba mucho tiempo, contándole lo que hacían Albina y Mushka, y saludos que le mandaba gente que no conocía. También, una vez al día, le llamaba el director K… Le informaba que la misión iba bien y que hacía un gran trabajo, lo que la ponía feliz. Por otro lado la comida era buena, una pasta que salía de un tubo; pero el agua era escasa y a veces se le escapaba de la boca pegándosele en el traje o quedaba flotando por ahí. Al final del viaje tenía mucha sed…
Al tercer día le hablaron el director y su amo: querían que se moviera hasta donde entraba la luz. Ahora había una lucecita azul parpadeando sobre ella, justo como habían entrenado. Laika les dijo que sí con un ladrido.
—¿Qué vez, Laika?
Pero Laika no podía decirles. Pegó la nariz a la ventana para ver lo mejor posible, porque casi no entendía aunque era muy bonito. Debajo había una gran superficie azul que parecía estar muy lejos…; también había parches blancos que reconoció como nubes, y como las nubes estaban en el cielo y el cielo era azul, pensó que aquello era un tipo de cielo en otro país, quizá en ese Estados Unidos que había oído mencionar. Pero allá, en medio de ese cielo, había pedazos de tierra a veces cubierta de amarillo y otras de marrón, que sin saber porqué asoció con el suelo y los humanos. Lejos hacia la derecha había un gran arco de muchos colores, como un arcoíris que cubriera toda la Tierra: había un azul claro y luego un marrón fuerte y ancho, para terminar con un azul más profundo y delgado. Además daba una curva… parecía que el cielo debajo de ella daba una curva y aumentaron sus sospechas de que aquello no era el cielo sino… el suelo. Le pareció que era una idea importante pero no sabía cómo transmitirla. Ladró y gruño varias veces aunque no sirviera para nada.
—¡Humm! –por la radio se escucharon muchas risas-. Entendido capitana Laika. Ahora le paso con el tovarish Oleg G…
—¿Laika? Pon ATENCIÓN. Atención. REGRESA a tu puesto, Laika. Permanece ahí y no te muevas hasta que te avisemos. Abandona la ventana, ALÉJATE del sol y ACUÉSTATE en la sombra. ¿Bien?
Laika ladró. Flotó a su lugar y cerró los ojos. Pero antes de dormir usó sus sentidos de perro para vislumbrar a su amo. No lo sintió. No sintió a nadie. Jamás había estado tan sola. Todos debían estar allí, más allá de la ventana.
* * *
—Laika, ¿me oyes?
Ladró. Tenía mucha sed y lo dijo con un gruñido largo.
—Espera un poco más pequeña. Hoy vas a volver a casa. Ahora pon ATENCIÓN. Vas a estar DESPIERTA. Despierta. ¿Laika?
Ladró.
—Vas a estar tranquila. TRANQUILA –se escuchó otro ladrido-. Luego saldrás por la puerta. SAL POR LA PUERTA. ¿Laika?
Ladró. Luego se escuchó al director.
—Gran trabajo, tovarish.
¿Lo dijo a su amo o a ella?
* * *
Muchas luces se prendieron y luego se apagaron. No pasó nada por varios minutos, pero luego hubo una sacudida. Laika recordó el inicio de su viaje y tuvo miedo, pero permaneció en su puesto concentrada. Había encontrado un cordel donde podía meter una pierna y así permanecer pegada al suelo. Estaba lista.
Ahora hubieron más sacudidas y la cápsula empezó a girar. Una luz marrón se encendió, y luego un timbre se activó. Los latidos de su corazón empezaron a acelerarse, porque sabía que era una alarma (también había entrenado mucho con alarmas). Escuchó un sonido tenue que no reconoció, pero cada vez aumentaba su intensidad, reverberaba en su cápsula y la hacía temblar como una hoja en un remolino. Laika se acurrucó en su puesto y empezó a gemir sin darse cuenta. Pero su descenso recién empezaba… El sonido ahora era un rugido huracanado que lastimaba sus orejas y se le entraba en el cuerpo, en los intestinos, en su corazón que desbocado quería salírsele del pecho. Su cosmonave, la Sputnik 2, giraba como un trompo, cada vez más aprisa, y con ella Laika perdía todo sentido de orientación y seguridad. Recordó las órdenes de su amo: ¡Tranquilidad, tranquilidad!, pero empezó a golpearse con las paredes, con el techo, con el casco suspendido sobre su cabeza. La nariz ya sangraba y el sonido no se detenía. Movía las patas desesperada tratando de esconderse en algún lugar pero todo empeoraba. Vomitó y su corazón le produjo dolor. Empezó a dolerle la cabeza y entendió que algo iba muy mal con ella. Volvió a pensar en su amo y sus amigos: ¿era esto realmente necesario para ellos?, ¿todos iban a ser más felices?, ¿al menos su amo sería más feliz?
Hacía rato que tenía los ojos abiertos sin ver nada, pero en ese momento comprendió que una parte de su cosmonave estaba cambiando de color. Tomaba un tono marrón oscuro, muy fuerte, y empezó a hacer mucho calor…
* * *
—Descenso en caída libre según lo programado. Escudo térmico trabajando.
—¿Tripulante? –murmuró apenas el director.
—Presión sanguínea muy elevada. Está viva.
—¿Trayectoria?
—Desviación dentro de lo aceptable hacia el sur. Caerá en Baikonur.
—¿Hora?
—Programada: 11 horas 50 minutos. Atención, que pronto entraremos en silencio de radio.
—¿Temperatura?
—… ¡aumentando!
—¡Reporte completo! –era un grito a todo el centro de control.
—¡El escudo térmico ha perdido un soporte! –se escuchó la voz anónima-. Hay un despegue…
—¡EL CASCO, PÓNGANLE EL CASCO! –gritó el director.
* * *
Laika pudo mirar, cuando la asfixia le dejó, que ahora tenía el casco puesto. No podía quejarse de los amigos de su amo: casi había sido a tiempo.
Desde algún sitio de su cosmonave había surgido un hilillo de aire súper caliente que pronto tuvo el interior como un horno. Le había lastimado los ojos, pero al menos esos los pudo cerrar; en cambio su nariz y pulmones respiraron aquel fuego causando que se le llenaran de fluido los pulmones. La garganta le ardió y la lengua le picó. Pero ahora tenía puesto el casco y no siguió quemándose. Además la mancha marrón había desaparecido, aunque todavía sintiera mucho calor. ¿Dolor? Todo le dolía, el corazón, las patas, apenas podía respirar y en vez de toser tenía estertores como si fuera a morirse. Hubo gravedad de nuevo y se vio tirada sobre la cabina, imposibilitada de moverse.
Para ella estaba claro que su amo la había mandado para morir. Estaban experimentando con ella tal como antes, en el laboratorio. La castigaban duramente cuando desobedecía, como cuando tuvo mucha hambre después de pasar dos días sin comer, sin moverse, y quiso escapar. ¿Eran los humanos malvados?, ¿por qué los obligaban a hacer esas cosas peligrosas?
¿Eran malos los humanos? Sería una lástima porque a ella, a la cosmonauta Laika, le simpatizaban mucho. Cumpliría el experimento de su amo.
¿Pero cómo, si no podía moverse?
* * *
—¡Contacto telemétrico, está viva!
—¡Bravo! –se oyó en el cuarto de control.
—Abran la escotilla, prepárense para accionar el paracaídas –ordenó calmadamente K...
—Abierta.
Esperaron. Un minuto pasó.
—Laika no salta.
—¡Oleg!
El amo de la pequeña tomó el micrófono.
—¡Laika, SAL POR LA PUERTA! ¡LAIKA!
* * *
La escotilla se abrió y entró mucha brisa que hizo volar todo. Detrás de ella estaba el amo y la casa, pero no podía levantarse. Sus patas no tenían fuerza, ni tampoco su corazón. Ahora casi no latía porque se había cansado. La asfixia la había acabado; todo su casco estaba rociado de babas. Oyó la voz del amo, pero era inútil. Intentó moverse y la atacó una serie de espasmos. Le pareció que si sus patas se movían de manera loca, de alguna manera ella podría moverlas también con su pensamiento. Así que no cejó y siguió intentando, siguió sin abandonar, aunque sabía que el tiempo pasaba y se suponía que debía saltar rápido. No supo cuanto tardó, pero se vio frente al precipicio y se dejó caer.
* * *
—En un futuro hay que hacerlos con un sistema de expulsión automático. Fuimos unos imbéciles al hacerlo así –autocriticaba el director.
—No hubo más tiempo –le replicaron.
—Se ha aprendido bastante –otros seguían hablando.
—La perra es una heroína.
—La cápsula a 2000 metros…
—¡Atención, no hay medidas de la perra! Murió o…
—No se pierde nada, active el paracaídas.
—Fallo del paracaídas, indican los instrumentos.
—… somos unos imbéciles.
* * *
Laika dio mil vueltas pero ya no tenía miedo. No tenía fuerzas para ponerse nerviosa ni para marearse. Podía ver el suelo muy cerca. Le pareció ver alguna casa. Sintió el gran tirón del paracaídas a su espalda que la hizo girar terriblemente hacia un lado. Se iba a matar y le pareció que ya sabía si su amo era bueno o malo: era bueno, pues experimentando con ella salvaría a toda la manada. Qué bien. Albina, Mushka y los amigos de su amo lo pasarían mejor.
Cayó con un gran ruido y le pareció que el suelo se elevaba y la engullía, antes de cerrar los ojos.
* * *
El campesino y su hijo vieron abrirse el paracaídas y fueron corriendo hacia el que creían era un piloto. Se había abierto demasiado cerca de la tierra y había caído demasiado rápido, así que secretamente el mayor hubiera deseado que su hijo no estuviera ahí. Pero siguieron corriendo.
—¡Cayó en la laguna! –gritó el niño.
Pero estaba enredado con el paracaídas y flotaba sin moverse, con apariencia de muerto. El hombre sin dudar se quitó a sacudidas los zapatos y se arrojó al agua, a pesar de la temperatura cercana a cero de aquella mañana. Lo agarró con sus gruesos brazos y fue tirando de aquel cuerpo extraño. Se fijó que flotaba no porque estuviera muerto, sino porque el casco estaba relleno de aire. Muy inteligente por parte del ejército, pensó.
Cuando estuvo fuera su hijo tenía preparada una lona gruesa y preparaba un fuego. El cuerpo era muy extraño y al quitarle el casco retrocedieron asustados.
* * *
Laika había sido recogida y se les explicó a los campesinos que ya tenían una nueva heroína del comunismo. El niño sobre todo soñó muchas noches con viajar por el espacio en un cohete, con su perro al lado.
También los científicos soñaron, pero algo diferente: Que estaban trabajando en una estación espacial que giraba alrededor de un mundo desconocido, haciendo los estudios con máquinas colosales y con muy pocas personas. Con muy pocas, de hecho, casi siempre en su propio cubículo, solo acompañados por sus perros, que rondarían la estación haciendo recados y dando felicidad a tan aislada vida.
Laika no soñaba. Había quedado bastante enferma del corazón y ya no iba a volar nunca más. La habían sacado en un carro por las calles de su antigua ciudad, llena a rebosar de gente dándole vivas. Visitó también muchos colegios y recibió visitas de personajes extranjeros. Pero finalmente, un año después, le permitieron regresar con sus compañeros. No volaba pero aun así la tenían allí. Ahora jugaban mucho con ella aunque no trabajara ni hiciera experimentos. Comía bien. Y su amo se la llevaba a casa todos los días. Era muy feliz así como estaba. Tuvo hijos.
Un día le enseñaron un libro y vio la fotografía de una perra. Le dijeron que era ella. También estaba Yuri, el soldado. Había alcanzado la inmortalidad.